Mirar y ver
Noviembre
La infantilización de nuestra sociedad tampoco permite que la muerte sea cosa de adultos
Nunca me gustó el mes de noviembre . Desde la infancia me pareció un mes triste, endulzado , eso sí, por las gachas de mi madre , elaboradas con meticulosa paciencia y adornadas con cuscurros de pan frito y canela, y por las castañas asadas y su olor que las anunciaba desde lejos en las calles. Tal vez lo dijeran mis mayores, un mes triste, y así lo creí, no solo por la finalización definitiva del verano que aquí no acaba en septiembre, ni por el otoño en su esplendor y el acortamiento de la luz, sino también por el recuerdo , en sus primeros días, de los difuntos y las visitas al cementerio . ¡Menuda curiosidad infantil!: «¿A dónde vais con esas flores? Son bonitas». Ante la insistencia, la respuesta era escueta y de gesto adusto: «al cementerio, son crisantemos y estas no son cosas de niños ». De esta forma aprendí que, aunque el recuerdo de los seres queridos que nos han dejado permanece siempre, había un día para visitarlos y, también, que les gustaban los crisantemos. Luego supe que su floración se produce en noviembre, coincidiendo con la festividad de Todos los Santos, y que son las flores, con sus innumerables colores, más vistosas del otoño. Pero, a pesar de ello, quedaron para siempre vinculadas al adorno funerario, las flores de la muerte, reservadas solo a ella.
« La muerte no es cosa de niños », expresión que refleja el tabú humano por excelencia. La infantilización de nuestra sociedad tampoco permite que sea cosa de adultos . En el discurso contemporáneo se elimina la presencia de la muerte en la ingenua pretensión de que no nombrarla pudiera hacerla desaparecer. La muerte se presenta como el más incierto de los escenarios para una sociedad que encumbra , como valor supremo , la eterna juventud y la supresión de nuestra finitud. La cultura actual rechaza la muerte, como fracaso, y el dolor como negación de la fragilidad humana. Pero, morimos porque vivimos, e igual que se aprende a vivir también se aprende a morir y a asumir la muerte de quienes amamos. Del sentido de la vida depende el de la muerte y viceversa . En el cementerio de Cañete de las Torres, se alza ‘La escalera del cielo’, que parece ascender hasta él, metáfora de nuestro sentido y destino.
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