Tribuna Libre
Notarios en la historia de Córdoba
El fedatario público ha tenido un papel relevante para reflejar las diversas realidades históricas
Desde el mismo momento de la fundación de Córdoba en el año 169 a.c., el notario ha sido un servidor de la sociedad y un testigo cualificado de los acontecimientos de nuestra ciudad, de sus momentos de esplendor y de su decadencia, adaptándose a la cultura, leyes y civilización de cada etapa histórica.
Con precedentes en la figura del tabelión romano , el notario surge para servir al ciudadano redactando sus actos y contratos en un momento en el que conocimiento de la escritura estaba reservado a unos pocos. Las invasiones bárbaras dieron al traste con esta institución que desaparece durante el dominio de los reyes godos. En aquellos tiempos de involución, la Iglesia tiene la patente de la escritura y sus clérigos hacen de escribanos, aunque sin ningún tipo de autoridad estatal añadida.
Sorprendentemente, será durante el Califato cuando se rescate de nuevo la figura del notario seglar que funcionó durante el Imperio romano, aunque ahora nombrado «adalá». Ya no es un simple redactor de documentos, pues ahora el estado lo incardina en el ámbito de la Justicia y lo inviste de la fe pública, es decir, de la presunción de veracidad de todo lo que el notario refleja en sus actuaciones, de todo lo que ve, oye o percibe por sus sentidos.
Justo es destacar en aquel periodo al notario y jurista Ibn al Attar , autor de un importante tratado de formularios notariales. Hombre de muy mal carácter, según las crónicas, vivió en tiempos del Almanzor y precisamente sus enfrentamientos con él le valieron el destierro.
Tras la conquista cristiana, el primer escribano del que tengo constancia es Pedro Abad , que dio nombre a esta población cercana de Córdoba. Era presbítero de San Lorenzo e intervino en las primeras escrituras de compraventa de aquella nueva era cristiana. Tales negocios no se producen hasta 1241, esto es, cinco años después de la conquista, pues el rey Fernando III premió a los que vinieron a repoblar Córdoba con casas y tierras, pero con la obligación de vivir en ellas y no venderlas antes de aquel plazo.
A finales del siglo XV, se publican las ordenanzas de los escribanos públicos de Córdoba en las que se regulan sus aranceles y otros aspectos de su actuación. Dotados de la fe pública, son personas seglares, sin perjuicio de la existencia de notarios apostólicos. Sus despachos se localican en la calle llamada precisamente «de la Escribanía pública» , hoy Conde de Cárdenas.
Junto a las clásicas escrituras notariales, en aquella época también son frecuentes otras actuaciones más curiosas , como los «Perdones de pena de muerte», «Ventas de esclavos», «Alhorrías de esclavos», «Cartas de vecindad», «Cartas para las mozas y mozos que entran a servir», etc… Hubo escribanos que sorprendentemente aprovecharon el protocolo notarial para esconder anotaciones históricas comprometedoras y de gran interés.
Me refiero al caso del escribano judeo-converso Gómez González , testigo directo del episodio de violencia que se desata contra los conversos en 1473. El escribano, en tono sarcástico, también se hizo eco de la falsa resurrección del herrero de San Lorenzo, cabecilla de la revuelta, muerto de una lanzada que le propinó el Señor de Aguilar. Mientras el herrero estaba siendo velado en la parroquia, el cadaver movió un brazo repentinamente, tras lo cual, con gran sobresalto, los feligreses gritaron: ¡Milagro!. Anotó el escribano: «Este día fue martes del robo XVI de marzo de LXXIII que resoçitó el ferrero. Asy resoçiten todos quantos lo creyeron e creen, como él resoçitó».
Como él, existieron numerosos escribanos de origen judío a los que la Inquisición persiguió sin piedad tras 1482. Algunos fueron quemados en la hoguera por herejes, otros fueron reconciliados, sufriendo todos ellos la confiscación de sus bienes, incluida su escribanía pública. Tal aconteció a Sancho Fernández, Pedro Sánchez o Gómez Fernández, entre otros.
Al otro lado, otro notario llamado Diego Ruiz fue testigo y nos reveló el nombre de los primeros quemados en Córdoba , Martín Fernández Menbreque y su esposa Juana Fernández. El terrible suceso acontece el sábado 16 de agosto de 1483, dando fe de su muerte el notario en la posterior escritura de venta de las casas de aquellos desgraciados, que habían sido confiscadas.
En el siglo XVIII existían 46 escribanía públicas en la ciudad, número que se fue reduciendo progresivamente hasta llegar a los 17 notarios de hoy en día. En esta última etapa, el notario por excelencia de Córdoba fue don Santiago Echevarría, aunque también me gustaría destacar figuras como la de don José Valverde Madrid, pues además de notario fue cronista de Córdoba y miembro de su Real Academia de la Historia. Destacó también en estas materias, el notario, historiador y diputado en tiempos de la República, don Juan Díaz del Moral. Fue autor de importantes trabajos sobre la reforma agraria, siendo deportado a Caravaca (Murcia) tras la Guerra Civil. Plaza en la que, no obstante, siguió ejerciendo hasta que falleció en el año 1948.
Por último, relacionado igualmente con aquellos años de la Guerra, destacar a un fedatario que va camino de los altares. Se trata del que fue notario de Bujalance, don Antonio Moreno Sevilla , cuyo de proceso de beatificación ya se ha iniciado en la Catedral de Córdoba, al ser brutalmente asesinado a hachazos por anarquistas en 1936 por el simple hecho de ser cristiano e ir a misa.
* El autor es notario y director de la Casa de las Cabezas .
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