Pasar el rato

Nosotros, los secundarios

Un aplauso dura más que una cerveza y deja más insatisfecho

Sombras de cordobeses paseando por la calle VALERIO MERINO
José Javier Amorós

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HACER bien la digestión y estar bien escolarizado son vacunas muy eficaces contra la necesidad de triunfar. Un aplauso dura menos que una cerveza y deja más insatisfecho. Se nos pasa la vida buscando la gloria , y al llegar al tanatorio descubrimos que la gloria era la vida. La decadencia de una sociedad se nota en la calidad de los personajes que ofrece a la contemplación pública. Sin que nos diésemos cuenta, nos han ido cambiando los maestros. Nuestros modelos son ahora hombres y mujeres sin grandeza y sin ideales, pero con apariencia de ideales y de grandeza. La juventud no nota la diferencia, porque sucesivos gobiernos mediocres han suprimido de los libros las vidas ejemplares. Vivimos por personas interpuestas a través de una pantalla. Hombres y mujeres colgados de una pantalla , alterados, desterrados de sus cualidades mejores, expulsados de su propia humanidad. Máquinas para salir de nosotros mismos y para qué hacen falta las revoluciones. El poder es de los que están detrás de las pantallas, sin aparecer, sin mancharse. Ellos deciden qué es lo importante y lo accesorio, qué lo excelso y lo vulgar, quién ocupa el escenario y quiénes hacemos de espectadores. Ser es ser conocido, famoso, admirado . Ese es el tipo de gente que hace cabriolas para nosotros en las pantallas, para que dejemos de pensar, de leer, de vivir. Hay cerebros cuya exhibición debería estar reservada a la consulta del psicólogo. Y sin embargo, se muestran con desenfado en tertulias y ministerios. Hemos perdido el silencio . Y sólo podremos recuperarnos callándonos. Y acallando las voces de alrededor. Y tú, ¿qué piensas de ti?

No hay que elogiar a los que viven del elogio. Eso sería fomentar una drogadicción. Que nos elogien ellos a nosotros. Que valoren el servicio diligente y cortés de un camarero, la amable indicación de un policía, el trabajo bien hecho de un albañil , la cura misericordiosa de una enfermera. Y que lo cuenten en sus pantallas, con nombres y apellidos y biografías. Para que la fama alcance a los que nos importan. La fama, esa vieja prostituta desdentada con la que tantos incapaces se amanceban diariamente en las pantallas. Grandes personas son las que nos facilitan la vida diaria, quienes hacen agradable la cotidianidad atendiendo nuestros requerimientos sin importancia: una camisa, una cerveza, el grifo que no funciona, la rueda pinchada… A ellos les debemos reconocimiento y elogios, y no a esos inútiles engreídos, superfluos y prescindibles, que creen que saben porque cantan, bailan, dan lecciones o meten goles.

Hay que aprender a elogiar a nuestro prójimo de cada día, hurgar en sus méritos , porque al prójimo le gusta una alabanza tanto como a nosotros. Y pasar con desdén o indiferencia sobre la vida y las obras de los demás es negarlos, negarlos en su esencia, en su humanidad, que son sus creaciones, sus logros mayores o menores. Para que el grande triunfe no es indispensable que fracasen los pequeños, que sean ignorados. En el escenario cabemos todos , cada uno interpretando el papel que le haya correspondido: de Premio Nobel o de oficinista. El actor de raza no necesita que se achiquen los secundarios para lucirse. La vanidad es el motor de las inteligencias mediocres. Y para la vanidad, todos somos inteligencias mediocres. No puede perderse de vista que el hombre es superior al político, el hombre es superior al intelectual, el hombre es superior al artista. Sólo la mujer es superior al hombre , si se exceptúan las feministas.

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