José Javier Amorós - PASAR EL RATO

Niños y ratas

Pero niños creciendo entre ratas con un gobierno de izquierdas, eso, ¿cuándo se ha visto en la historia?

Este periódico ha publicado un espléndido y desasosegante reportaje de Baltasar López sobre los asentamientos de rumanos gitanos en Córdoba, Patrimonio de la Humanidad. Sobre favelas y choceríos donde niños, mujeres y hombres de otras tierras arrastran su dignidad entre desperdicios. Cuatrocientas personas, en veinte campamentos, preocupadas por la investidura de Pedro Sánchez.

En una de las fotografías del reportaje, recortada en círculo, un gato se está comiendo a una rata. Parecen los blasones del escudo del poblacho. En otra, dos niños emergen de la chatarra, que es su único mar. Con toda la infancia concentrada en los ojos, miran a lo lejos, donde estamos todos nosotros. Miran sin ira, sin reproche, sin llanto. Sólo miran, eso es lo terrible. Uno de ellos, parece una niña, tiene un dedo en la boca, a lo mejor es lo único que se ha llevado a la boca esa mañana. El otro ha debido de consumir hace tiempo la ración de dedos. Sus rasgos están borrosos, y nos transmiten una ternura borrosa. Cuesta creer que esos niños hayan acumulado ya motivos suficientes para estar desesperados. Así, cuando se hagan aún más mayores, la sociedad podrá pasar directamente a perseguirlos. Lo más cerca que esos niños van a estar de una alimentación rica en proteínas es viendo cómo el gato se come a la rata. Amargo pan el de esa niñez entre escombros, entre los escombros de nuestra humanidad.

Los niños rumanos que van al colegio en Córdoba -los pocos que van- no huelen a niño, huelen a miseria, que es un olor adulto. Sus crueles compañeritos, nuestros niños, bien bañados y bien comidos, se quejan de que huelen mal. Un padre rumano, que lleva a su hijo al instituto, cuenta que alguna vez le han dicho: «Mira ese niño rumano, sucio, huele». Perro no come perro, pero niño sí come niño, sobre todo en el colegio. Todos somos culpables, luego nadie es culpable, tranquiliza saberlo.

El Ayuntamiento de Córdoba dice que va a llevar agua y luz a esas escombreras. Chabolas con agua y luz, chamizos con agua y luz, chozas con agua y luz. ¿Es esa la «alternativa habitacional» de que habla el programa gubernativo de progreso? Que la derecha sea despiadada, fría, cruel, hay que esperarlo. Que atropelle con sus rugientes deportivos a los menesterosos en los pasos de peatones, viene de suyo. Que engorde sus empresas con la sangre humeante de los obreros, puestos a secar al sol, a nadie extraña. Pero niños creciendo entre ratas con un gobierno de izquierdas, eso, ¿cuándo se ha visto en la historia? Hay esperanza, porque se han inventado para la ocasión los llamados «contratos éticos», el germen de una nueva asignatura optativa para el grado en Derecho. Su objeto consistirá, probablemente, en un intercambio de virtudes morales entre las partes contratantes, para dar facilidades a los acampados, que muy poco más podrían aportar al negocio jurídico. Además de buena voluntad, el Ayuntamiento pondrá también fuentes y contenedores. Hogar, dulce hogar.

¿Dónde está la fraternidad universal, que se nos ha perdido en el parentesco político? Duérmete, niño mío, que viene el coco… Qué más quisieran esos niños, que viniera el coco, a ver si trae algo en el zurrón; a ver si encuentran por fin, en alguna parte, aunque sea en el coco, un poco de piedad. ¿La Declaración de Derechos del Niño? Claro, señor, una gran conquista. Mamá, ¿qué es comer?

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