SOCIEDAD
Los «niños perdidos» de la casa cuna de Córdoba
Hasta los 60, el Palacio de Congresos era un hospicio al que llegaban pequeños abandonados o pobres. Ahora se reúnen para recordar
![Reunión de antiguos «hijos» de la casa cuna, el pasado viernes en Córdoba](https://s2.abcstatics.com/media/andalucia/2019/12/02/s/ninos-casa-cuna-kbwB--1248x698@abc.jpg)
Hasta la década de los 60, el edificio que actualmente ocupa el Palacio de Congresos en la calle Torrijos funcionó como un orfanato al que llegaban pequeños abandonados , hijos de madres solteras incapaces de hacerse cargo de sus cuidados, vástagos que eran fruto de relaciones prohibidas o extramatrimoniales que nunca llegarían a saber quiénes fueron sus padres. Eran, simplemente, hijos de la casa cuna . Al cuidado de las religiosas, pasaban su infancia rodeados de otros niños como ellos en la hambrienta Córdoba de la posguerra. Medio siglo después, los adultos en los que se convirtieron esos infantes se siguen reuniendo al menos una vez al año para recordar los buenos momentos y purificar los malos.
La última «quedada» tuvo lugar el pasado viernes. Más de 50 de estos «niños» compartieron mesa y anécdotas en un acontecimiento que ya tiene cariz de tradición. Llegaron desde distintas partes del país -Barcelona, Mallorca, Tenerife- para reunirse en la ciudad de la que muchos tuvieron que marcharse en busca de oportunidades cuando cumplieron la mayoría de edad y salieron del hospicio del Palacio de la Merced , al que los niños de la casa cuna llegaban después de hacer la comunión. Algunos tuvieron más suerte y pudieron quedarse en Córdoba. No todos ellos carecían de redes familiares. «Algunos nacieron allí, otros llegaron siendo muy pequeños. Había huérfanos y también hijos de familias desestructuradas o sin recursos que no se desentendían de ellos. Simplemente, no podían cuidarles», explica uno de estos niños, Diego Coleto . Llegó a la casa cuna con 18 meses junto a su hermano, de dos años, en el año 1954. Su madre, explica, «no tuvo más remedio que internarnos a los dos». Pese a todo, se considera privilegiado. Afirma que a muchos de aquellos niños, que se vieron de manos vacías cuando salieron del hospicio, la vida les ha llevado por «malos caminos» . No es su caso: en el colegio provincial de la Merced aprendió un oficio. Desde los 16 años ha trabajado en la imprenta de la Diputación. Además, siendo niño, acudía a cantar en el coro de la Catedral . «Nos daban unas perras gordas y con eso yo me llevaba a mi hermano al cine. Otros no podían salir», recuerda.
![Los «niños perdidos» de la casa cuna de Córdoba](https://s1.abcstatics.com/media/andalucia/2019/12/02/s/diputacion-palacio-congresos-kqOE--510x349@abc.jpg)
Pese a los buenos recuerdos, afirma que la de los niños de la casa cuna fue una infancia dura. La disciplina era, dice, excesiva. Faltaban los recursos más básicos: pasaban hambre y frío . Recuerda que las monjas controlaban al extremo el agua que bebían los niños para evitar que se orinaran. «Una vez el hijo de una de las cocineras, que estaba allí con su madre, me vio tan sediento que se llenó la boca de agua sin que lo vieran y me dio de beber. Desde entonces y hasta que falleció nos unió una gran amistad. Los niños nos ayudábamos mucho entre nosotros», afirma.
«Había huérfanos e hijos de familias sin recursos. No se desentendían de ellos, pero no podían cuidarles»
El archivo de la Diputación , que gestionó el hospicio en sus últimos años, conserva fotografías que permiten hacerse una idea de cómo era. Se extendía sobre el espacio que hoy ocupan el Palacio de Congresos y la Filmoteca de Andalucía y hay constancia de su existencia desde 1816. Fue propiedad de la Iglesia hasta que en 1850 paso a disposición de la Diputación de Córdoba . De la inclusa queda, como vestigio testimonial, un torno que se conserva en el actual edificio. Allí dejaban las madres a los pequeños para que las monjas los recogieran.
![Los «niños perdidos» de la casa cuna de Córdoba](https://s1.abcstatics.com/media/andalucia/2019/12/02/s/saludos-casa-cuna-kqOE--220x220@abc.jpg)
Los niños de la casa cuna tienen tras de sí historias diversas, oscuras, de película. Para rastrearlas, muchos tuvieron que acudir de adultos al archivo que conserva los registros de cada una de las entradas de infantes. Así descubrió Amador Alcalá que cuando llegó en 1954 al edificio de Torrijos tenía tres años, vestía pantalón corto y llevaba consigo unos zapatos. Su madre murió sin revelarle un secreto que durante toda su vida luchó por descubrir: la identidad de su padre. Explica que en el hospicio había niños y niñas que habían nacido de relaciones fuera del matrimonio . Hijos que hombres importantes habían engendrado con las mujeres que limpiaban sus casas, jóvenes humildes que tuvieron que entregar a los bebés para borrar el rastro de los «bastardos». También habla de flagrantes «trapicheos» con niños de por medio, de gente buena que les cuidaba, como las nodrizas que daban de mamar a los recién nacidos, y también de gente que les enseñó lo que significa la maldad. Reconoce que ese pasado «te marca para siempre» . No es su caso, pero muchos de los que fueron hijos de la casa cuna no han logrado s acudirse el estigma manchado de vergüenza. «Ellos no tienen la culpa de haber venido el mundo de una determinada manera», defiende.
«Ese pasado te marca para siempre. Muchos rehacen su vida y otros cargan toda la vida con el estigma»
A pesar de las dificultades, guarda bonitos recuerdos de la infancia, de tardes al sol en el Patio de los Naranjos . En verano viajaban a Chipiona y a Cerro Muriano , jugaban en la playa y en la sierra. Recuerda también su adolescencia en el Palacio de la Merced , los partidos de fútbol en la explanada contigua. «Jugábamos descalzos porque solo teníamos unos zapatos y tenían que estar limpios el domingo», afirma. En el colegio provincial, una asistenta social les ayudaba, cuando se acercaban a la edad laboral, a buscar una salida. Él se colocó en una gasolinera , otros en la linotipia o en el obrador . Aprendían oficios en los talleres. Las chicas, «cosas de mujeres»; los hombres, otros saberes como la carpintería.
![Los «niños perdidos» de la casa cuna de Córdoba](https://s1.abcstatics.com/media/andalucia/2019/12/02/s/nodrizas-patio-cordoba-kqOE--510x349@abc.jpg)
Al margen de historias novelescas, la mayoría de los niños del hospicio tenían tras de sí una simple y llana situación de necesidad. Francisco Lombardo llegó con cinco años a la casa cuna, era el mediano de tres hermanos y compartía con ellos hospicio. Huérfanos de padre, su madre se afanaba en hacer dinero trabajando de cocinera. No tenían casa : ella dormía en el lugar donde trabajaba y no fue hasta mucho después cuando pudo permitirse una vivienda en el Campo de la Verdad. Cuando salió del colegio provincial, Lombardo tuvo que buscarse la vida: al cumplir 18 años la actual sede de la Diputación dejaba de ser su hogar y los niños, ya adultos, debían empezar una vida independiente. Él se marchó a Barcelona a trabajar de sastre y lo poco que ganaba lo enviaba a su madre. Después consiguió un empleo en la SEAT, donde trabajó hasta su jubilación. Entre sus recuerdos de la infancia ocupa un lugar especial el frío -«apenas teníamos ropa», dice-. pero cuando se reúne con los otros «niños» en Córdoba una vez al año los relatos se pierden en anécdotas de gamberradas inocentes y risas cómplices. «Lo que más hacíamos era jugar todo el rato . Al final, queda lo bueno», zanja.