Rafael González - La cera que arde
Los niños
Antes venían a la Feria de la mano a los cacharritos. Ya no
La Feria, en realidad, es de los niños . Para los niños que son y que fuimos, cuando no había rebujito y lo más peligroso de la calle del infierno era el Gusano Loco. Las ferias cambian de lugar, se hacen más grandes o menguan un poco, pero los niños siguen ahí. Algunos duermen en la caseta mientras sus padres dan saltos o miran cara a cara a la primera. Otros buscan el peluche, el volador fluorescente o el algodón de azúcar. La Feria es ese parque temático que ocurre una vez al año, como los Reyes Magos o las vacaciones de verano y que marca la infancia como uno de los acontecimientos más importantes cuando se tienen 7, 8 ó 9 años.
Anoche fui al Arenal después de muchos años de no hacerlo y vi a los niños ya crecidos. Son los chiquillos de ayer que hoy se ponen chaqueta y simulan abandonar a los niños que fueron hace escasamente unos años. Es esa prisa que a todos nos entra por escapar de la adolescencia, no digo ya la infancia, y adentrarnos en un mundo inevitable que no será como imaginábamos, que no lo es. Cuando ves que tus compañeros de caseta simulan tocar una guitarra eléctrica mientras suena «Marta tiene un marcapasos» , con los cabellos desordenados y una corbata torcida, es que te has hecho mayor, bastante más de lo que piensas. Pero hasta hace poco, éramos niños buscando solo emociones sencillas y una hamburguesa Uranga , o un paseo en los caballitos ponis antes de que los adultos de ahora los prohibieran por crueldad animal, que nosotros, los adultos, nos hemos vuelto muy sensibles con los animales principalmente. Hay otras cosas que se desarrollan con los años y es la capacidad de mantener una conversación debajo de un altavoz con Maluma y los cuatro felices compartiendo poliamor. La temática de las canciones ha cambiado pero no así esa habilidad para hablar de negocios, chicas, chicos, colegios o recetas de cocina con los decibelios suficientes para asustar a un artillero. Eso pasa en la Feria y en las discotecas: la capacidad para entenderse del ser humano es asombrosa, por eso no se comprenden tantos desencuentros que acaban aplicando el 155 o pitando a una alcaldesa cuando le da al botón del alumbrado de la portada ferial más grande. Reconozco que en ese caso solo pongo caras de preocupación, o asombro, o reflexión según mi interlocutor me grite más o menos en el tímpano. Y echo de menos los tiempos en que hablar era para jugar o pedir una mirinda, porque de niños no tenemos que disimular que entendemos lo que no nos interesa y ni mucho menos hacerlo debajo de un disc-jockey.
Las no-conversaciones solo se interrumpen para mirar los móviles. Allí estamos bailando a Loquillo mientras atendemos los whatsapps de nuestros hijos, para ver si han llegado a casa, si están en la caseta de al lado o si de verdad regresan acompañados al hogar. Eran los niños que hasta hace poco venían de nuestra mano a montarse en la noria y a pedir otra vuelta en los cochecitos. Ahora negocian la hora de recogida por el Face-time. Es el precio que hay que pagar por tener muchas ferias encima : que los niños que fuimos y tuvimos acaban alejándose para siempre.