José Javier Amorós - Pasar el rato

Nietzsche ha muerto

La hermosa historia de la Navidad ha terminado de modo decepcionante en algunas urbes

No perdamos más tiempo con los cabalgateros de pensamiento débil. Hay que volver a la vida diaria, donde está la verdad. Los diversos empeños municipales en eliminar de los desfiles de los Reyes Magos su significación religiosa, provoca en uno bostezos de aburrimiento por la mala calidad del espectáculo. De ninguna manera el grito racial «¡Santiago y cierra España!». Si a doña Belén Esteban le encargaran montar y dirigir su propia versión de Hamlet, de Shakespeare, pasaría algo parecido. Pues a estos efectos, la Carmena, la Colau y el alcalde de Valencia, como Belén Esteban. El texto original es bueno; la versión, la dirección y el montaje, un bodrio. Uno lo siente por los niños, aunque no demasiado. Porque los niños tendrán padres, abuelos, parientes y maestros que les aclaren las cosas. La mayoría de los niños ha visto películas y escuchado historias que terminan de manera decepcionante. Del mismo modo, la hermosa historia de la Navidad ha terminado de manera decepcionante en algunas ciudades de España. Hay que enseñar a los niños que la Navidad busca refugio para todo el año en el corazón de cada uno, y no en las calles llenas de colillas.

Los antirreligiosos se equivocan, porque el afán por eliminar la religión es una manera de reconocer su existencia. Para negar hay que partir de lo que se niega. Por eso, la insistencia en oponerse a la religión es una obsesión religiosa. Los que combaten la religión viven permanentemente comprometidos con ella, y eso es lo que les fastidia la vida. El peligro viene de la indiferencia, no del odio, que siempre ha conseguido malos resultados. Las alegres muchachas de Podemos, que nos acometen a pecho descubierto, son creyentes por oposición, creyentes a su pesar, creyentes aplazadas. Si siguen así, acabarán llamando a un cura de derechas a la hora de la muerte. Sin publicidad.

Preocupante pudiera ser el nihilismo de Nietzsche, de Hegel, de Schopenhauer, de Dostoievski, de Turgueniev. Lo del alcalde de Valencia y las tres gracias girondinas es una picardía de catequista, aprovechando que la señora está en el pueblo con los niños. Ya le ajustará las cuentas a la vuelta. Suponer que gente con ese nivel intelectual va a descristianizar la sociedad es dar por hecho que un revolucionario con un cubo puede vaciar el mar. Los católicos españoles -solos o en compañía de otros, esto es, constituidos en Iglesia- nos bastamos para ir «matando la afición», como dice mi querido amigo y admirado maestro, Manuel Alcántara, refiriéndose a los obispos. Siempre hemos sido capaces de encontrar un enemigo exterior al que echarle la culpa de nuestra inacción, de nuestra comodidad, de nuestra cobardía.

Hace casi 50 años se inició en París una revuelta estudiantil, que se extendió por toda Francia, en conexión con otros acontecimientos del resto del mundo, como el movimiento hippy americano del 65 y el 67. Suponía, en primer lugar, el rechazo de toda forma de autoridad y de todas las ideologías que la legitimaban. En este clima de negación de los valores heredados, apareció en la pared de una universidad norteamericana esta cita del genial y enloquecido filósofo alemán, profeta de la muerte de Dios: «Dios ha muerto. Nietzsche». Al día siguiente, una mano también anónima había escrito la réplica ajustada: «Nietzsche ha muerto. Dios». Desde su exilio en Córdoba, el Cristo de marfil sonríe. Sin acritud.

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