Mario Flores - El dedo en el ojo

Navidad, sí, Navidad

Quieran o no, es una fiesta de fraternidad por el nacimiento del Hijo de Dios

Otra vez la Navidad . Una vez más ha nacido Jesús alejado del ruido, del alboroto y de la algarabía de cuantos quieren poner en duda a cuantos celebramos la Navidad como el espíritu que viene a renovarnos y a dar sentido a todo. El único bullicio, la sola jarana que el Hijo de Dios ha oído a su alrededor en la hora de su nacimiento ha sido, como siempre, la de las flautas y panderetas, los tambores y almireces, y el proveniente de las voces que han cantado la venida del Salvador en la reciente Nochebuena. Los villancicos han roto el silencio de la noche sobreponiéndose a cuantas voces amargas miraban para otro lado en agria actitud y gesto torcido.

La pose del ultralaicismo, la fe de los descreídos, la hiel de todos los que ponen en duda todo, hasta el sentido de la propia existencia, han quedado eclipsadas, ninguneadas y finiquitadas, otra vez, en virtud de una inmensa celebración planetaria que, gozosamente, ha vuelto a traer la paz al mundo. Es esa paz que se erige con reciedumbre, esa entrega al otro que se hace lejos de las palabras y cerca del corazón y la acción consecuente, esa fe de vida que da sentido, plenitud y gozo a la existencia. Es lo que ha traído el Hijo de Dios.

Es tiempo para apiadarse de los escépticos , para compadecerse de los incrédulos y asaltacapillas, para condolerse de ellos por querer echar de nuestras vidas portales de Belén y árboles de Navidad, panderetas y zambombas, tradiciones y rituales,... De nuevo, como siempre, han perdido la batalla. Y la seguirán perdiendo porque frente a la grandeza de la Natividad del Señor poco puede decir o hacer la mezquindad, la ruindad o la falta de nobleza. Esos etéreos contravalores se disipan como espuma en el océano, se diluyen como azucarillo en el café y se descubren, finalmente, como lo que son: flor de un día con la que adornarse por un tiempo, ese tiempo material que sucumbe ante la divina eternidad y que queda derrotada como sombra que huye al venir la luz.

Se demostró inane el esfuerzo de muchos por tapar el sol con un solo dedo; de nada valieron bastardas propuestas de evitar ofensas a otros credos, inútil resultó el trabajo de aquellos que quisieron derramar el acíbar sobre el azúcar de turrones, polvorones y mantecados, estéril la pretensión de algunos por querernos hacer ver que el espíritu murió ante el surgimiento de la carne. Que no hombre, que no...

Habréis de reconocer en la estrella de Belén la guía y el norte para la humanidad; deberéis inclinar la cerviz y reconocer el grave error de querer diseñar una particular realidad a vuestra cicatera y ridícula medida; tendréis que reconocer vuestros errores y admitir que, dos mil dieciséis años después, las cosas vuelven a estar donde han estado siempre, en ese sitial privilegiado al que se elevan los espíritus, en esa cuna de paja que irradia calor a los hombres, en ese humildísimo pesebre en el que Jesús abrió sus ojos, los suyos y los ojos del mundo, en esa Natividad que, finalmente, viene a redimirnos de nuestra pequeñez como humanos.

Pero es Navidad para todos . Sí, también para aquellos que volvieron la espalda a la estrella de Belén, para todos los que proscribieron el portal de Belén al desván de las cosas innobles, para los que destilaron hiel mientras los alambiques navideños destilaban aromático anís de Rute para celebrar la venida del Salvador, ... Navidad para todos los que no creen.

Son días para el gozo . Para vosotros también.

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