Crónicas de pegoland

El narrador de la charneguidad

Juan Marsé dejó escritas las condiciones de pobreza de tantos andaluces en la Barcelona del XX

Marsé, en su estudio Archivo
Rafael Ruiz

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Juan Marsé vino al mundo como Juan Faneca y, si pasará a la historia de la literatura con el apellido con el que hoy lamentamos su muerte a los 87 años, será porque fue adoptado tras el fallecimiento de su madre pocos días después del parto. Pocas cosas deben marcar más que saber que un apellido vernáculo es, en realidad, fruto del azar, hijo de las consecuencias de actos sin control. Que ese Marsé Carbó que aparece en los lomos de los obras que tanto amamos pudo bien ser un Faneca Roca de resabios emigrantes . De gentes humildes que se acercaron a la Barcelona industriosa del siglo XX en busca de un porvenir. De esos retratos de la ciudad que no salen en las guías turísticas y que quedaron apretujados en «Ronda del Guinardó» , un libro menor si se compara con la brutal «Últimas tardes con Teresa» , pero tremendamente descriptivo de esa ciudad pobre de la posguerra que no podía ni soñar una noche en el Liceo.

De Marsé se va a recordar al Pijoaparte como el arquetipo capaz de crear un adjetivo, pijoapartesco. Pocos seres humanos son capaces de morirse legando una palabra. Personalmente, me quedo con aquella deconstrucción inmisericorde, bestial, del niño bien barcelonés que ya afrontaba el desarrollismo franquista con un luminoso futuro como arquitecto y animador del poder nacionalista en ciernes. Alguna vez se ha citado aquí por su valor descriptivo aquel párrafo brutal: «Con el tiempo, unos quedarían como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como imbéciles o como niños, alguno como sensato, ninguno como inteligente, todos como lo que eran: señoritos de mierda».

Se ha dicho con razón que Marsé fue el narrador crítico de la burguesía catalana. También, el escritor de la charneguidad, de la que tan partícipe somos en esta tierra. De esos abuelos y esos tíos y esos primos perdidos en el prefijo telefónico 93 . En «El amante bilingüe», un hombre llamado Marés pierde la razón por una sociolingüísta catalana de buena familia a la que le va el sexo con andaluces, murcianos, extremeños. Menos mirados, más exóticos. Adoptando el apellido Faneca que el escritor tuvo en sus primeras horas de vida y desde un apartamento en el Walden, símbolo de la izquierda de Bocaccio, se dedica a llamar al teléfono del Plan de Normalización Lingüística —ese eufemismo pujolista— para que la mujer le traduzca imaginarios productos al catalán con el objetivo de que Terra Lliure no le pegue fuego al negocio. Una pedrada contra el patriotismo de la lengua en toda la frente.

Más de Barcelona que el dedo de la estatua de Colón , a Marsé le ha negado el «establishment» nacionalista sus raíces hasta en la hora de su muerte. Hay que ser muy mala gente . Eso lo convierte en uno de los buenos. La noticia de su fallecimiento llega con la del reciente hallazgo de «Viaje al Sur», un libro perdido que se iba a publicar en Ruedo Ibérico en pleno franquismo. Léanlo y disfruten de la obra toda del que, con Delibes , es el gran narrador español del último siglo.

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