Rafael Ángel Aguilar Sánchez - El norte del sur
Nadie conoce a nadie
«Nunca estuve allí. Nunca le rendí pleitesía. Nunca me callé. Cuando las cosas se pusieron feas lo dije. Yo no le debo nada. Ni a él ni a nadie»
QUIÉN es ese hombre . Nunca estuve allí. A mí nunca me llamó nadie para ofrecerme una plaza bien remunerada en la asamblea de la entidad. Tampoco la acepté si es que me tentaron con ella. Eso serían otros. Nunca recogí un cheque generoso cuando acabó la sesión, nunca me pagaron tan bien sólo por estar sentadito y sin abrir la boca, no fuera a ser que alguien se molestara. No. Nunca estuvimos allí. Eso no pasó aquí. Sería en otro sitio. A nosotros que nos registren. No. Nunca le rendimos pleitesía . Nunca le felicitamos aunque no hubiera motivos para hacerlo. No. A mi peña no le dio ni un duro, porque de toda la vida la hemos sacado adelante con nuestro esfuerzo y con la dedicación de todos y cada uno de los socios que la componemos. Alguna vez nos ayudó, eso sí, pero como hubiera hecho cualquiera al mando de una caja de ahorros porque éramos, somos y seremos gente de bien con nuestras finanzas bien saneadas. Y a mí por qué me señalan. Mi cofradía no le debe nada. Si estuve en las manifestaciones del Bulevar de finales de los noventa no fue para que ni él ni nadie me vieran allí con la pancarta, que de esa pose irían otros y que yo soy un tipo independiente, pregunte por ahí que todos le van a decir lo mismo de mí, sino porque lo que quería la Junta de Andalucía era quitarnos lo que era nuestro.
No. Yo nunca miré para otro lado . Siempre dije las cosas cuando había que decirlas, tomando café en el Siena o en el despacho que hiciera falta. Cuando las cosas empezaron a torcerse fui el primero que dio la voz de alarma. Que por ahí vamos mal, advertí. Pero nada. Ni caso. Me miraban mal en la oficina y en la asociación de vecinos, que hasta uno se puso tonto y me reprochó que a ver si ese año nos íbamos a quedar sin los dineros para organizar nuestras cosas, nuestros peroles y nuestros maratones de dómino, pero ni así me taparon la boca.
No. Yo no le debo nada a nadie . Que sí, que es de bien nacido ser agradecido pero es que yo no tengo nada que agradecerle. Mis dos nenes se colocaron porque tenían sus estudios y sus cursos, sus buenas notas, y si entraron en la caja fue por méritos propios . Que empezaron cobrando dos duros en una sucursal de una aldea perdida en Los Pedroches, a una hora y media de casa, y que si luego ascendieron fue porque se dejaron el pellejo en el puesto, que yo no tuve que pedirle favores a nadie para que se vinieran a Córdoba. Y no. Nunca me acerqué a la barrera de la plaza de toros a besar ninguna mano. Más de una vez comenté entre la afición que esa paloma en los burladeros afeaba el festejo, que no pegaba ni con cola. No. Nunca aplaudí en El Arcángel mirando al palco. No. Nunca escuché a mi cuñado decir que menos mal que su promocioncita de viviendas había salido adelante gracias al crédito que le dieron donde tú y yo sabemos después de que se lo negaran en el resto del planeta. Yo no. A mí que me registren. Nunca estuve allí. Nunca me callé. Nunca agasajé a nadie. Eso serían otros.