Callejero sentimental
Muro de la Misericordia: La muralla y el Belén napolitano de Córdoba
El nombre de la calle evoca la vieja muralla almorávide de la Ajerquía y la devoción popular al Crucificado envuelto en leyenda que dio nombre a un antiguo hospital, activo durante casi tres siglos
Entre Moriscos y Ollerías discurre Muro de la Misericordia , una calle trazada con tiralíneas que mide 225 metros y tiene dos tramos bien diferenciados: el primero, estrecho y sin tráfico, bendito sea Dios, y el segundo, más ancho, transitado constantemente por vehículos que suben por Cárcamo y salen a Ollerías por la bocacalle dedicada a Juan de Torres, un retablista del siglo XVIII. Al final de la calle, pavimentada con empedrado y cuadrículas de adoquines, pervive un tramo de la muralla almorávide de los siglos XI-XII, treinta metros de tapial y sillares cuya protección obligó a retranquear los edificios contiguos. Pero su deficiente estado reclama una restauración antes de que se desmorone sobre los coches que aparcan delante. Según el historiador Escobar Camacho a finales del siglo XV esta calle se conocía como Adarve Nuevo. Aquí se abría la puerta de Alquerque, conocida más tarde como Excusada, derribada en 1882, llamada así por quedar casi oculta en el rincón que formaban dos lienzos de muralla.
Una de las casas más bellas de la calle es la número 14, de fachada bien compuesta en la que se conjugan el blanco y el ocre. Entre las ventanas de la planta superior campea un mural de azulejos con la efigie de Jesús del Prendimiento y junto a la puerta, una placa indica que allí vive Antonio Muñoz, bordador en oro, plata, seda y realce. Pulso el portero automático y responde al propio Antonio. «Bajo enseguida» dice, amable. Y en efecto, a los pocos segundos abre la puerta y, ¡oh sorpresa!, tras el pequeño zaguán surge un deslumbrante belén napolitano que acaba de ultimar. Todos los años lo monta, aunque fuera de concurso. Es su hobby . «Desde que mi padre me instaló el primero cuando yo tenía siete años -y tengo 73- no he dejado de ponerlo nunca».
No habría espacio en este apunte callejero para describir con detalle el Belén de este año, poblado por cien figuras y rodeado de arquitecturas evocadoras, con guiños a Córdoba, como el campanario de San Andrés, un torreón del Alcázar, la fachada sur de la Mezquita o el organillo de la Coja, ¿lo recuerdan?, que se conserva en Viana. Antonio adquiere las figuras en Nápoles, ciudad que frecuenta y le inspira, y las viste con atuendos lujosos o populares propios de la época de Carlos III , que él mismo confecciona con primor. Un detalle: las capas de los Reyes Magos, que montan un caballo, un elefante y un camello, están realizadas con fragmentos bordados de una capa pluvial del siglo XVI. Para Antonio el belén napolitano «representa el sueño del pastor Benino, que se quedó dormido el día de Navidad en las ruinas de Pompeya y soñó que los ángeles le presentaban el nacimiento del Señor y la venida de los Reyes, mientras el demonio le tentaba con los pecados del mundo». Puede visitarse hasta Reyes a partir de las siete y media de la tarde. No se lo pierdan.
Antonio Muñoz
Antonio Muñoz fue escaparatista de Galerías Preciados antes de abrir su taller de bordado -arte que aprendió de forma autodidacta- especializado en prendas litúrgicas y de Semana Santa, que ha estado activo más de treinta años. Por destacar un par de obras, cita la saya del 25 aniversario de la Coronación de la Virgen de los Dolores y el simpecado de la hermandad del Rocío. El edifico en el que vive Antonio tuvo larga dedicación a las destilerías y de allí salieron marcas como el anís Ventolera, el coñac Antaño, el anís Las Columnas (con su etiqueta ilustrada con las de la Mezquita) y Cruz Conde finalmente.
En las últimas décadas Muro de la Misericordia ha renovado gran parte de sus casas, aunque aún la afean dos solares. El número 5, cuya fachada no tiene más anchura que el portalón que lo cierra, fue casa de vecinos habitada por unas quince familias, en total un centenar de personas. Las casas de vecinos daban mucha animación y vida comercial a la calle «pero ahora la gente viene cargada de las grandes superficies» confiesa José Manuel tras el mostrador de su tienda de alimentación, situada al inicio de la calle, esquina a Valencia, antes Muerte, antiguo topónimo que se puede aplicar al ambiente comercial de hoy, pues «esto está muerto» dice. Y es que «la gente viene buscando la tranquilidad y a la hora de comprar tiene Córdoba al lado», añade. En su transistor suena Canal Sur y Mamen entra a comprar un refresco. Son las doce y el campanilleo de Santa Marina anuncia la hora del ángelus. En el tramo angosto, que carece de aceras, las mujeres caminan por la hilera central de adoquines, sobre todo si llevan tacones.
La calle desemboca frente a los bloques de viviendas construidos por la antigua Caja Provincial a principios de los años setenta sobre el solar de lo que había sido Hospital Psiquiátrico, «la Casa de los Locos» para el pueblo. Tenía su remoto antecedente en una ermita construida en 1640 en la que a finales de aquel siglo se estableció una hermandad dedicada a recoger cadáveres del campo «para enterrarlos en sagrado» al tiempo que creó una enfermería donde acoger a tísicos y asmáticos, enfermos que otros hospitales rechazaban. Con el tiempo el hospital, llamado de la Misericordia, fue ampliando sus instalaciones y finalmente, a mediados del siglo XIX, pasó a la Diputación, que estableció allí su Hospital de Crónicos y, a partir de 1927, el Manicomio, activo hasta 1969. Delante de los bloques de viviendas se creó el jardincillo del Santo Cristo, que mantiene el recuerdo de aquella devoción y conserva el triunfo de San Rafael que estuvo en un patio del hospital. Su columna está hoy afeada por una pintada que lleva años sin que nadie se tome la molestia de limpiarla, por favor.
Don Teodomiro recoge la leyenda que dio origen a la advocación del viejo hospital, protagonizada por un infeliz trabajador que quedó ciego y no encontró remedio en las medicinas, así que guiado por un lazarillo entró en la ermita y, empuñando el cayado en el que se apoyaba, atizó un golpe a la imagen del crucificado al tiempo que decía: «Si no puedes devolverme la vista ¿para qué sirves?». Y enseguida se obró el milagro, de manera que «el ciego no solo vio la imagen, sino un cardenal que, casi brotando sangre, le había causado con su palo», asevera el cronista, por lo que el pueblo desde entonces llamó «de la Misericordia» a aquel crucificado.
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