José Javier Amoros - PASAR EL RATO

La muerte y Francisco Benítez

Del brazo de Francisco Benítez, seducida y pesarosa, la muerte se iba llorando por los caminos de Córdoba

Hoy me ha visitado la muerte, porque hoy lo ha visitado la muerte. Se me ha muerto Francisco Benítez , a quien tanto quería, y tengo el alma todavía sin ordenar. Un hombre como él no se va sin pedir explicaciones. Y la muerte se las ha dado.

-Es la hora, señor. -¿Tan pronto? -El señor tiene que prepararse para el viaje. -No le oculto que alguna vez he pensado en ello. Pero no con esta prisa. Me parece extemporáneo. -Esa es una expresión a la altura de su ingenio, señor. Pero le hago notar que mi tiempo es todo el tiempo y siempre estoy dentro del tiempo. Yo nunca llego a deshora. -Va a interrumpir muchas cosas, señora. Cosas importantes. ¿Es que nunca puede esperar? -¿Por qué? ¿Acaso le ha faltado tiempo para arrepentirse? -No sea vulgar. Yo me he pasado media vida arrepintiéndome, y la otra media dándome motivos para arrepentirme. Supongo que es lo que ha hecho todo el mundo. Además, yo soy escritor, y siempre tengo alguna página que lamentar. No es por ahí. Me estaba refiriendo al hueco que voy a dejar en los que amo. Me hubiera gustado tener un poco de tiempo para darles más amor. -Quizá ha dado todo el que era necesario. Eso lo ven mejor los demás. Su mujer, por ejemplo, ya sabe que usted la amará también durante toda la muerte.

Después de un breve silencio, pregunta el autor dramático: -¿Viene usted de parte del Cristo del Remedio de Ánimas ? -En efecto, señor, Él me envía. -Admiro a ese Hombre. Incluso le dediqué un soneto. ¿Quiere que se lo recite? -Lo sé; y sobre todo, lo sabe Él. -¿Y qué se le ofrece a mi buen amigo? Por cierto, ¿qué aspecto tiene? ¿Se parece al de la parroquia de San Lorenzo? -Se da un aire. Para que le siga resultando familiar y sea cómodo el trato. Al Cristo le gusta mucho su manera de callar, lo ha observado durante las visitas a su imagen en Córdoba, y lo llama porque quiere mantener con usted algunos silencios. En su opinión, tiene usted todo el nivel que necesita la vida eterna. -Es muy generoso por su parte. A lo mejor puedo ayudar. He leído un poco, tengo obra escrita, me gusta recitar poesía y contar cuentos a los niños. Sé reír y tengo maneras en el toreo de salón, frente a una silla, que es mi especialidad. ¿Quiere verlo? Cantar no canto bien, y he humillado ocasionalmente al flamenco. Es uno tan cordobés… Confío en que eso no sea un obstáculo. -¿Se siente mejor ahora, señor? -No se sobrevalore, señora. Pero le confieso que me ha sorprendido usted. Yo tenía de la muerte una idea demasiado literaria. Me gusta su conversación y la veo con un aspecto saludable y campesino, como una aceitunera de Bujalance sin pretensiones. Se conserva usted mucho mejor que yo. Acéptelo como un elogio. -Cuando se me conoce bien, no caigo mal. Sobre mí se ha creado mala literatura con buenos sentimientos. Está usted haciendo muy difícil mi trabajo, acéptelo también como un elogio. Me conmueve, me fascina. Ya me habían prevenido contra su encanto personal. Va a tener que llevarme usted a mí. Perdone… (La dama puntual se acerca a los ojos un pañuelo sutilísimo). -No se ponga sentimental, mi querida amiga. Y vámonos, si tenemos que irnos.

Por mayo era, por mayo. Del brazo de Francisco Benítez, seducida y pesarosa, la muerte se iba llorando por los caminos de Córdoba.

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