Muerte de Julio Anguita
El comunista que quiso ser maestro
La muerte de Anguita supone la desaparición del último referente ético de la izquierda
Hay hombres con los que no podemos estar de acuerdo, pero no por ello dejamos de admirar. Uno de ellos era Julio Anguita . Falleció ayer en un hospital de Córdoba a los 78 años tras haber sufrido una crisis cardiaca hace unos días. Esta vez perdió la última batalla.
Tras la muerte de Santiago Carrillo , Anguita era el último referente vivo de la izquierda en este país. Todavía se enorgullecía de ser comunista en unos tiempos en los que esta ideología estaba desprestigiada. Y soñaba con una utópica república federal que jamás llegará a ver.
El Califa Rojo , como se le apodaba, fue alcalde de Córdoba en los años 80, secretario general del Partido Comunista, diputado durante más de una década y coordinador d e Izquierda Unida , en la que tuvo un papel esencial como fundador. Encabezó sus listas en las elecciones de 1993 y 1996, pero no pudo lograr su sueño de desbancar al PSOE como fuerza hegemónica de la izquierda.
Era un tipo afable , cordial y cercano, amante del debate y de la conversación, con una ironía muy andaluza, pero a la vez era un hombre inflexible en sus convicciones. Cometió errores que sus adversarios no le perdonaron, pero jamás nadie pudo acusarle de traicionar su coherencia ideológica o de sacrificar sus principios para alcanzar el poder. Si se le preguntaba qué es lo que le gustaría hacer en la vida, respondía que ejercer de maestro. Mientras vivía en Madrid, soñaba con volver a Córdoba para retomar su profesión. Una noche de julio de 1998, dimos un largo paseo por las calles de los chalés que hay entre la calle Serrano y el Bernabéu. No se escuchaba ni un solo ruido. El barrio parecía desierto. Anguita estaba relajado y quería desahogarse. Había sufrido el primer infarto en 1993 durante la campaña electoral y se sentía decepcionado y cansado. «Lo he pensado muy bien y voy a abandonar la política. He decidido volver a Córdoba y ganarme la vida con mi oficio: la enseñanza», dijo.
La renuncia
Unas semanas después su corazón le volvió a traicionar, pero fue sólo un amago. Lo suficiente para que Anguita renunciara al cargo de secretario general del PCE y, más tarde, a encabezar la candidatura de Izquierda Unida , de la que había sido elegido coordinador nueve años antes. Había llevado a la coalición a superar el techo del 10% en las elecciones de 1996, pero sus votos no sirvieron para evitar que gobernara José María Aznar.
Anguita tenía una buena relación con el líder del PP. Incluso alguien acuñó la expresión de «las dos orillas» para abogar por un entendimiento entre el PP e Izquierda Unida para acabar con la larga etapa socialista en el poder. Pero el propio Anguita rechazaba esa metáfora y subrayaba que lo único que le unía a Aznar era la denuncia de la corrupción y el nepotismo de Felipe González.
Nunca se entendió con el secretario general del PSOE, del que le separaba no tanto un abismo ideológico como una diferencia de talante. Carecían de la menor empatía y Anguita siempre se lamentaba del trato despectivo de González , que llegó al insulto personal en la campaña de 1993.
Anguita creía que la historia era la maestra de la vida y no faltaban nunca en sus conversaciones las citas y las referencias a personajes como Azaña, Largo Caballero o Dolores Ibárruri . Además de estudiar Magisterio, sacó la licenciatura de Historia Contemporánea, que era su gran pasión. Impenitente lector, solía subrayar que muchos de los errores de la clase política estaban motivados por el desconocimiento del pasado.
El coordinador de Izquierda Unida no era un sectario. Reconocía que el comunismo soviético había sido un fracaso y que la libertad era tan necesaria como la igualdad. Pero nunca abjuró de las siglas del Partido Comunista , al que siempre se sintió orgulloso de pertenecer por su lucha contra el franquismo y el sacrificio de varias generaciones desde el comienzo de la Guerra Civil hasta la muerte del general Franco.
Familia militar
Anguita había nacido en Fuengirola en el seno de una familia militar. Y había sido educado en los valores conservadores dominantes en la España de la década de los 50. Rompió con todo eso en 1972 cuando ingresó en el Partido Comunista en la clandestinidad, pero nunca fue un revolucionario en su forma de vivir y entender las relaciones personales.
El peor momento de su existencia fue la muerte de su hijo Julio en Bagdad en 2003, cuando un misil impactó en el campamento en el que iba a pernoctar. «Malditas las guerras», dijo. Bajo una apariencia de estoicismo, ocultaba un dolor que le rompió el alma. Seguramente en los últimos días de su vida, internado en el hospital, muchos de sus pensamientos habrán sido para ese hijo que se marchó a trabajar a Nueva York y decidió cubrir la guerra de Irak.
Este mundo será un poco peor sin Anguita . Nos deja un amigo, una referencia moral, un hombre que nunca se dejó abatir ni perdió su dignidad. «Sit tibi terra levis», que la tierra te sea leve.
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