PRETÉRITO IMPERFECTO
Muchas gracias
Gracias por criticar con aspereza la Semana Santa, porque nos has hecho vivir con más intensidad nuestra Pascua interior

Gracias por haber hecho penitencia durante más de diez horas agarrado al afán de tu barrio por quitarse el sambenito de llamarse Las Palmeras. Gracias por haber estado infinidad de ratos velando por la seguridad de quien no ha reparado que estabas ahí, escondido entre tu uniforme y un intimidatorio fusil, ajeno al bullicio petitorio, al gentío primaveral que busca la exuberancia del desvarío, o a la familia que te espera en guardia con los desvelos. Gracias por haber acompañado con tu cirio la oración procesional que nació en el dormitorio de tu casa bajo el guión de tus tradiciones, las manos de una madre que todo lo comprende, y terminó entre lágrimas en el pórtico del amparo. Gracias a ti por despachar tras una barra con una impertérrita sonrisa el ocio penitente, la religiosidad menos popular, la curiosidad ingenua, la fiesta pagana de los salmos callados y el gusto por el tiempo de las emociones que se incrusta en la madrugada de Córdoba cada vez que busca el amanecer de su primavera eterna. Gracias por encadenar notas de agonía, de refugio espiritual, de sacrificio, de dolor, gracia, salud, paz, esperanza o misericordia... Con tus dedos de nácar, con tu risa infatigable, con tu amor por la música que enseña a rezar de otra manera en esta tierra desde la tierna infancia. Gracias a ti por haber criticado con tanta aspereza a la Semana Santa, por haber puesto tantas chinitas en el camino, por hacer pretensión de tu sacudida indómita hacia el cristiano que calla y pone la otra mejilla, porque nos has ayudado a vivir con más intensidad nuestra Pascua interior, nuestras convicciones y nuestro tiempo de conversión y resurrección. Nuestra palabra de perdón. No alcanzaremos nunca la generosidad del que dio su vida por nosotros, pero sabremos administrar la gratitud hacia quienes se burlan o traban nuestra plegaria mundana. La que acude al banco de las desdichas, la que mira desde un palco como púlpito de ofrenda, la que llora al mirar la estampa que agita el alma... Todo tan relativo e insignificante.
Gracias a ti por cuidar la estética de nuestra estación de pena, por adornar el último ruego con flores de gloria, por adiestrar el pasar de una cuadrilla de hombres y mujeres que portan tu sufrimiento en pos de nuestra redención. Gracias costalero anónimo y doliente, por la carga de nuestro pecado universal. Gracias nazareno, por la luz que acompaña la soledad de las desdichas. Gracias plañidera de sobria hermosura que lloras en semblante de tersura, en manos de rosario gozoso, en tu fina estampa de oscura tristeza. Gracias por estar ahí cada tarde, tras una dura caminata, en un cuerpo magullado, en una vida desesperada que busca consuelo a las faldas de una saya de lágrimas y de un rostro de belleza y lisura. Gracias por tus horas de trabajo infatigable, para describir con tinta de gloria el milagro de la vida y la muerte, por contar con los surcos de tu voz las estaciones de la humanidad perdida, por trasladar en una imagen las mil palabras de requiebro que acompañan al silencio más severo. Gracias a ti, infinita paciencia, que has sabido sobrellevar el impulso de las muchedumbres, que has podido aplacar los ánimos de la soberbia y has sabido reconducir las embestidas más incautas. Gracias por ejercer tu responsabilidad política a la altura de las circunstancias, aunque eso te coloque como rara avis en la demagogia barata de quien soslaya el interés común para engrandecer su ombligo. Gracias a ti, pequeña joya de travesura, por tirar de tu padre en busca del asombro al giro de una esquina, por querer aprender lo que todos raptamos a esa corta edad y nos trajo hasta aquí, al final del camino, para darle las gracias a todos los que un año más hicieron posible esta Pasión desbocada. Muchas gracias.