Crónicas de Pegoland

El de la moto

La noche es de un ejército de personas que reparten cosas por las viviendas

Reunión de repartidores ABC
Rafael Ruiz

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De todas las incógnitas de la posmodernidad, la explosión de servicios de reparto a domicilio en moto es la que más me confunde. Mucho más que le llamen facha a la escritora Ana Iris Simón por sostener un canónico discurso de izquierdas o que el Congreso de mi país estuviese debatiendo una fallida ley para el colectivo trans cuando se producía la graveísima crisis de Ceuta . Nunca se vio mejor metáfora de la desconexión de la nueva política, surgida de laboratorios universitarios y de jefes de propaganda bien pagados, con eso que antes llamábamos realidad.

Es lo de los señores de las motos, que me dicen que se llaman ‘ riders ’, lo que me causa una mezcla de estupor y perplejidad, no tanto por su mera existencia —Dios se lo pague— como por su cantidad. Hubo un tiempo que, los que salimos tarde del trabajo de noche o nos siguen gustando las calles tirando a oscuro, nos cruzábamos con un repartidor, seis señores de Sadeco y doce taxistas. Ahora la proporción, si se fijan, es justo la inversa. Existe una legión de profesionales que se dedican a llevar comida, bebida o lo que sea a las casas a caballo, dicen, de la proliferación de aplicaciones móviles.

El Realejo de noche es, para que se hagan ustedes una idea, Montmeló. La calle de la Feria, el sacacorchos de Laguna Seca . Las Tendillas, los virajes locos de Nürburgring. Un montón de chavales pertrechados con mochilas de diversos colores se pasan las zonas 30 del alcalde Bellido por el arco del triunfo para que le llegue la pizza calentita al personal. Para que pueda cenar de su chino favorito o zamparse un ‘kebab’ bueno ahí. Para que el niño no se quede con las ganas de sushi, mientras ve algo en Netflix si no le falla el wifi.

Aquí llega la pregunta trascendente: ¿la gente sale de casa, puñetas? ¿ Sigue guisando alguien en este país , siquiera una tortilla para la cena o un salmorejito para los días en los que aprieta la calor? ¿Tan difícil resulta ya calzase las zapatillas, bajar al bar y tomarse algo? Pues se ve que tan poco sociables nos hemos vuelto, por la evidente presión de la fatiga pandémica, que hemos olvidado eso que dice un buen amigo como legislación de vida cada que vez que, estando en un bar, se nos pone a llover a cántaros: Pobrecillo al que le coja en su casa .

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