AGRICULTURA

Montilla-Moriles, la vendimia de los 100.000 jornales en Córdoba

La vid, en declive por el auge del olivar, es el único cultivo en verano y la tabla de salvación para miles de trabajadores

Trabajadores en la recogida de vid en la finca Los Poyos FOTOS: VALERIO MERINO

David Jurado

A las 7.00 de la mañana arranca la jornada laboral de las más de 2.200 personas que desde finales del pasado julio participan en la vendimia del marco regulador Montilla-Moriles , la más temprana de Europa. Una cosecha que este año se ha adelantado por la climatología y que se mantendrá hasta mediados de septiembre. Hasta entonces, la recogida de la uva se mantiene en la provincia como el único refugio para los trabajadores del campo y aquellos otros profesionales que tras una larga travesía en el paro se inician en la vendimia. Es el caso de Martina Zúñiga, natural de Málaga pero con residencia en Fernán Núñez. Esta camarera ha cambiado la bandeja por las tijeras para cortar racimos, con las que lleva cinco días familiarizada. En este tiempo lo peor de todo «es pasar tanto tiempo agachada», reconoce.

También es la primera vez para Margarita Gallego, hasta hace poco ama de casa y que deja atrás las labores domésticas para formar parte de «la gran familia» de los vendimiadores . «Son todos muy buenos compañeros», afirma esta mujer de Fernán Núñez. Y duros. El trabajo del campo es siempre sacrificado.

« Somos hijos de la tierra », afirma sobre el trineo Alfonso Gutiérrez, un joven de 30 años con experiencia en este oficio. Porque auque el sol castigue con temperaturas cercanas a los 40 grados, y la tierra esté seca, por los pagos de Montilla-Moriles los tractores de cadenas arrastran trineos. No son de madera, sino de acero sobre los que se van depositando las cajas con las uvas recolectadas a mano. Amador Rada es el conductor de uno de estos vehículos. «Lo más duro de este oficio es la carga y descarga », señala este vecino de Montalbán, que conoce bien de lo que habla, ya que a diario acompaña a trabajadores «que mueven 20.000 kilos al día ».

Uno de ellos es Elio Moslero, que este año añade a su currículo su cuarta vendimia. Reconoce que el dolor de espalda y lumbares va intrínseco a la profesión. El calor queda en un segundo plano. «Aquí nunca he tenido problemas de lipotimias y nunca he visto a nadie con golpe de calor o mareado», señala. Lo dice un joven que cada día realiza horas extras. Es decir, cuando acaba la jornada de 7.00 a 13.00 horas vuelve a los viñedos para seguir desde las cuatro hasta las siete de la tarde. Las horas de mayor radición solar y bajo un sol inmisericorde.

Los trabajadores de los lagares realizan tres turnos para que no pare la producción

Todos forman parte de la cuadrilla que recolecta las uvas de la variedad moscatel y Pedro Ximénez de la finca Los Poyos , unos viñedos rodeados literalmente por explotaciones de olivar, que avanza inexorablemente en la ocupación de los terrenos dedicados desde generaciones al cultivo de la vid. Atrás quedaron los años donde todo lo que la vista alcanzaba a ver eran viñedos. De las 12.000 hectáreas que había a principios del presente siglo se han pasado a las 4.800 hectáreas de la actualidad . El viñedo, tabla de supervivencia para los trabajadores agrícolas ante la ausencia de campañas en verano, lucha también por su futuro. El presidente de la intersectorial de la vid de Asaja Córdoba , Juan Manuel Centella, confirma el declive del cultivo. Recuerda que el consejo regulador elaboró un plan estratégico cuando la superficie llegó a las 12.000 hectáreas «con el objetivo de no bajar de las 10.000 y ahora estamos por debajo de las 5.000», señala con preocupación.

Volviendo al tajo. Antonio Márquez es el encargado de la cuadrilla de Los Poyos, el «entrenador» de un equipo internacional. «Aquí tenemos varias nacionalidades , tenemos gente de Fernán Núñez, La Rambla, Montalbán, Rumanía, Marruecos...», indica con guasa.

Florin lleva años, concretamente 14, dando ese toque de internacionalización a la recogida de la vendimia cordobesa. Llegó con 22 años a Montilla para labrarse un futuro. Lo hizo solo, sin su familia. Ahora tiene una formada aquí. Conoció a su mujer «como todos los jóvenes, en un lugar de copas, porque no todo es trabajo», dice en un perfecto castellano.

Este hombre ha ligado su vida a las labores del campo y a ellas fía su futuro. Algo totalmente diferente a las expectativas de David Lora, un joven de 19 años estudiante de Psicología. Es su tercer año de trabajo en la recolección de la vid, «y lo que me queda, porque de aquí sale el dinero para pagar el piso de Jaén donde estudio, y cuando me licencie tendré que seguir con la uva, porque luego vendrá el máster», admite con resignación. Y con una sonrisa en su rostro. «Aquí se trabaja duro, pero hay un buen ambiente de trabajo». También admite que, a escondidas, psiconaliza a sus compañeros. «Aquí hay gente que debería estar en tratamiento», señala con una carcajada que echa por tierra su afirmación.

En el llano de una colina frente a esta finca se vislumbra una mancha oscura. Es la pasera, el lugar escogido para que la uva se seque al sol antes de pasar al lagar para elaborar el «mejor vino dulce del mundo» . Quien así lo define es Manuel Luis del Pino, presidente de la Asociación Provincial de Bodegueros, y miembro de la saga familiar al frente de Bodegas del Pino .

Este empresario montalbeño no conoce las vacaciones en familia. « Me gusta tanto mi trabajo que no puedo desconectar , no podría irme ahora y dejar esto», afirma mientras despacha con los viticultores que llevan sus uvas a la pasera y charla con Agustín Valle, el encargado de este procedimiento fundamental para el resultado final, un hombre que lleva 43 años en el oficio. Su padre lo llevó con 13 años a la pasera «y aquí sigo». Su ojo experto es el que determina cuando dar la vuelta al racimo para que se seque de manera uniforme. No es una decisión mecánica ni antojadiza. Dependiendo del estado en el que llegue la uva o de la climatología, se «voltea a los dos o tres días de estar al sol», indica Valle, un hombre que controla un campo lleno de hileras de uva en distintas etapas de secado y que dibujan en el suelo un particular arco iris, que va desde el verde de la uva recién recolectada hasta el marrón dorado de la ya desecada.

Personas sin experiencia, inmigrantes o estudiantes forman la «familia» de vendimiadores

El trajín de remolques es constante. Unos traen la uva recién cortada de la vid y otros se llevan la tostada al lagar para hacer líquido lo que ahora es una pasa. Allí se afanan personas como Antonio Corral en depositar la pasta procedente del primer prensado mecánico entre los capachos para darle «otro estruje» a la uva y sacarle hasta la última gota. Este empleado de Bodegas del Pino forma parte de las 48 personas que trabajan en tres turnos las 24 horas del día para que la producción no decaiga. Corral lleva 14 años realizando la labor manual de exprimir la uva destinada a vino dulce. Sabe qué cantidad de agua hay que añadir a la pasta procedente de las trituradoras mecánicas , que exprimen el 80 por ciento del líquido que va a parar a los depósitos del lagar. «Si te pasas con el agua te llevas el azúcar de la uva y echas a perder su graduación de alcohol», explica este hombre mientras extiende con sus manos los restos del primer prensado sobre el capacho de la prensa hidráulica. A su lado, sus compañeros no dan abasto en su tarea de, horquilla en mano, montar la torre de cien capachos de la prensa manual. Al llegar al tope se activan los pistones hidraúlicos que comprimen los redondeles de esparto sobre los que se va filtrando y chorrea el futuro vino rumbo al depósito. La gran mayoría de este jugo «se venderá embotellado como PX estas Navidades», indica Manuel Luis del Pino. Tan sólo una mínima parte pasará a las barricas para su curación y crear así auténticas joyas gastronómicas. Como las que saldrán algún día de las botas de la solera de su bodega en Montalbán, algunas con treinta años conteniendo el fruto de la vid. Unas barricas que en un futuro ampliarán su número ya que según cuenta Del Pino la intención de su familia es duplicar la superficie de solera.

Rabinos entre tinajas

En los lagares no sólo se obtiene el líquido de la pasera sino que se exprimen todas las uvas de las distintas variedades del marco Montilla-Moriles. De aquí salen desde los vinos jóvenes rumbo a su próximo embotellamiento hasta los caldos con destino a las criaderas para su curación, pasando por los vinos kosher , lo cual hace frecuente en las bodegas del consejo regulador la visita de rabinos para controlar y supervisar la elaboración de los vinos aptos para el consumo de los profesos a la religión judía. «Realizan todo un ritual, nadie que no sea un rabino puede entrar donde se elabora el vino, ni tocar las cubas, nada, son muy escrupulosos», indica Manuel Luis del Pino.

El papel de Estefanía Espejo, la enóloga de Bodegas del Pino , es supervisar que el jugo exprimido de las uvas se estabilize en los tanques y vaya adquiriendo su graduación alcohólica. No es su primer trabajo «pero sí mi primera vendimia», señala esta joven. A diaro comprueba la temperatura de los depósitos donde se almacena el mosto de las uvas de las variedades tempranas, que saldrá en breve para su embotellamiento, así como los vinos destinados a su crianza en barrica. También extrae muestras para ver el color del vino , comprobar el grado de fermentación y ver si los sedimentos se han depositado en el fondo del tanque para obtener un vino limpio y claro.

Atardece en los viñedos del marco Montilla-Moriles y los últimos recolectores abandonan sus campos. Llega el turno de las máquinas vendimiadoras , que aprovechan la noche para recoger los racimos de las vides en espaldera, mucho más altas y que permiten la recolección mecanizada. Mientras, en los lagares, se produce un nuevo cambio de turno. Las uvas no dan tregua.

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