EL NORTE DEL SUR

Momento Bellido

El alcaldable del PP tiene madera, se cree lo que hace pero le va a costar en el pellejo de líder electoral

Rafael Aguilar

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Como hombre paciente y metódico que es ha sabido esperar su momento. Y ya ha llegado. La designación de José María Bellido como candidato a la Alcaldía de Córdoba, confirmada a mitad de esta semana, era un hecho cantado desde hacía meses: aún sin rivales que le pudieran disputar el puesto de suceder a José Antonio Nieto en el reto de hacerse con el bastón de mando de la ciudad, el aún joven político solía despachar el asunto de sus firmes posibilidades con una media sonrisa tímida y con más reservas que estridencias.

Si por alguna cualidad destaca es por la discreción, un activo que él, un tipo de números más que de palabras, ha logrado rentabilizar en favor de sus opciones para liderar el asalto del PP al Ayuntamiento de Córdoba dentro de un año y pico.

El hoy secretario de Estado de Seguridad no tardó en integrarlo en su núcleo de confianza cuando llegó el momento, en el verano de 2015, de levantar a la institución municipal de la ruina financiera en la que la habían dejado los años de la gobierno de Izquierda Unida y los peores tiempos de la crisis.

Bellido se convirtió en el «money man» de Nieto, en su mano derecha, o en una de ellas y quizás en la más prometedora y útil, en la persona a quien el exregidor tenía que consultar sí o sí casi cada decisión que tomaba, porque no es que el dinero abundara precisamente en la caja.

Al ya aspirante a la Alcaldía le tocó en 2011 bailar con la más fea, que se llamaba Hacienda, y la tuvo que aguantar como pareja hasta 2015. Sus méritos indiscutibles como concejal con responsabilidades de gestión fueron que los servicios municipales mantuvieran su pulso, que los trabajadores cobraran puntualmente su nómina y que, con la calderilla que quedaba en el bolsillo, su jefe tuviera la oportunidad de lucir palmito, aunque fuera poco.

Al cabo, la cartera que se encontró cuando el PP arrancó su mandato con mayoría absoluta no tenía ya mucho que ver con la que le entregó al bipartito del PSOE e Izquierda Unida después de las municipales de 2015 y en el doloroso traspaso de poderes: la devolvió aseadita, presentable, en condiciones, con posibilidades de futuro.

Tiene madera, ganas, da la talla de político entregado y honrado, se cree lo que hace pero le va a costar meterse en el pellejo de líder electoral. Y él lo sabe por más que cuente sin fisuras de importancia con el apoyo de un partido que ha visto en su perfil una apuesta segura que encarna lo mejor de la generación que ha tomado el mando, capitaneada por Adolfo Molina y flanqueada por Andrés Lorite y Beatriz Jurado . Desde que el runrún de sus aspiraciones cobró forma, Bellido se ha esforzado por ser más cercano, por pisar más la calle, por dar una imagen más de diario que de tecnócrata encerrado en su despacho.

Tiene presente que el encargo que le han hecho entraña una doble dimensión: la oficial es ganar las elecciones; la de consumo interno tiene que ver con algo más intangible: recuperar para el honor del PP una plaza que al partido se le escapó de las manos sin haberla considerado siquiera en riesgo serio.

Momento Bellido

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