PEDRONEN LAS MOLESTIAS
Un minuto de gloria
En noviembre de 2005 recibí una denuncia de un tal Villarejo por un artículo de Ciudad Almansur. ¿Habitará mi voz en su cintateca?
UN día de 1999 los periodistas fuimos convocados a una rueda de prensa rutinaria. Por allí aparecieron unos señores con un maletín del que sacaron un proyecto acojonante de quitarte el hipo. Lo típico de los juegos de prestidigitación y la chistera. Una inversión multimillonaria por aquí, una dinamización turística de la hostia por allí y un centenar y medio de empleos por acullá. La repanocha. El anzuelo se llamaba Ciudad Almansur y la idea consistía en montar un parque temático junto a Medina Azahara con sus caballos de pura sangre árabe, sus califas de cartón piedra y su zoco de polietileno.
El proyecto se abrió paso entre la mustia vida económica de Córdoba al modo en que un encantador de serpientes narcotiza a su público con tres trucos de andar por casa. El Ayuntamiento cayó rendido en los brazos de este caramelo envenenado. Y la bola de neón empezó a rodar y rodar hasta que tropezó con la Consejería de Cultura, que dijo no a un sucedáneo de la ciudad califal en las narices del conjunto arqueológico.
Lo que vino después forma parte de un libreto estándar. Que si las administraciones son una rémora para el progreso, que si no hay visión de futuro, que si Córdoba está condenada a no levantar cabeza. Y etcétera. Una vez cerrada la puerta en las inmediaciones de Medina Azahara, Almodóvar del Río les tendió una alfombra de oro para que el deslumbrante proyecto fuera a dar con sus huesos a una finca cedida junto al castillo. Y allí nuevamente embaucaron con el señuelo de los puestos de trabajo, la reactivación del turismo y una inyección astronómica de la que aún hoy no tenemos noticia.
Detrás del proyecto figuraba un tal Villarejo, cuyo historial de proezas no necesitan la menor aclaración. Todo aquel monumental castillo de naipes me inspiró para firmar una columna ligera. La titulé «Historia de un bluf». Lo cual da una idea acerca de mi opinión particular sobre aquel cuento de la lechera versión 2,0.
Unas semanas más tarde, recibí un email firmado por el socio del ex comisario Villarejo. Era noviembre de 2005. No me escribió para felicitarme la Navidad. Comprendo que no le hizo mucha ilusión el artículo. Eso entra dentro de lo previsible. Describió mi columna como una «amalgama fabulada de mentiras y medias verdades» y me acusó de escribir al «dictado de intereses» inconfesables. Todo un clásico de la literatura policíaca.
El socio de Villarejo se tomó la molestia de redactar un texto largo y trufado de alusiones confusas a no se sabe qué trama de averigüe usted qué maniobras ocultas. Y al final del correo, cómo no, me anticipó que nos veríamos pronto en los tribunales. Resultó ser verdad. Días más tarde, me llamó al despacho el entonces director del periódico. Me hizo pasar, me invitó a sentarme y me tendió un sobre con una citación judicial en su interior.
Era mi primera denuncia. El periodismo, si es periodismo de verdad, tropieza de vez en cuando con contratiempos como este, pensé para aliviar mi desasosiego. En el juzgado, nos esperaba el señor del email o un abogado en su representación. No lo recuerdo con exactitud. Previo a la demanda, estaba fijado un acto de conciliación y por esa gatera, si mi memoria no me falla, acabamos tomando un cortado en el Café Español. Como debe ser.
Ustedes me van a permitir que saboree este (ridículo) minuto de gloria ahora que las estructuras del Estado tiemblan a merced de la cintateca del ex comisario Villarejo. Y hay días en que pienso que también mi voz descansa en alguna casette TDK junto a la ministra Delgado o la princesa Corinna. Qué subidón.
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