Aristóteles Moreno - PERDONEN LAS MOLESTIAS

Miedo

El supuesto intento de secuestro de un niño en el colegio Juan de Mena parece incardinarse en la espiral de pánico en que vivimos

Objetivamente hablando, hoy no existe en Córdoba más inseguridad que ayer. Ni más asesinatos , ni más atracos, ni más secuestros exprés. Las estadísticas refrendan año a año ese dato incontestable. Otra cosa es la percepción subjetiva. Ahí nos situamos al borde de la jungla. En registros tremebundos del orden de Ciudad Juárez o Caracas , la ciudad más violenta del mundo. Si usted le pregunta al señor de la mercería sobre la cuestión, le dirá que la vida se ha puesto imposible. Que apenas se puede poner el pie en la calle con la cantidad de cosas innombrables que pasan cada día en la puerta de casa.

Ahí está la clave. La p uerta de casa . Antes de ayer, la puerta de casa era la puerta de casa. El lugar donde usted dejaba a los chiquillos jugar a la pelota y la abuela se sentaba en la silla de enea para tomar el fresco. Hoy la puerta de casa es el planeta. Las calles torturadas de Alepo, el suburbio intransitable de Washington, la vida inmisericorde de Sudán. Si mañana un jovencito de Oklahoma coge un rifle para cazar rinocerontes y se mete en su colegio a fusilar compañeros de aula, usted sentirá el zumbido del cargador como si estuviera sucediendo en la habitación de al lado.

La globalización tiene ventajas indiscutibles. Pero ha logrado distorsionar la percepción del tiempo y del espacio. El cerebro está diseñado para detectar amenazas en un círculo razonable de superficie. Si un señor llega al barrio con un machete en la mano, usted o su vecino no tardarán más de cinco décimas de segundo en meter a su hijo en la salita de estar y cerrar la puerta bajo llave. Es una reacción lógica ante una amenaza concreta. Lo que parece fuera de toda racionalidad es que haga lo mismo si el señor del machete en la mano está en Tegucigalpa y se cuela por el televisor.

El supuesto intento de secuestro de un niño en el colegio Juan de Mena parece enmarcarse en estas coordenadas. Un individuo desconocido trata de introducir en el vehículo a un chaval de ocho años de edad cuando salía de la escuela. Su abuelo se da cuenta y pone al sujeto en fuga. Las investigaciones policiales aseguran que no hay indicios suficientes para sostener que se ha producido un caso de secuestro exprés . Que todos los elementos indican que se trata de un simple malentendido.

A la espera de que las pesquisas verifiquen todas las hipótesis, podríamos aventurar que nos encontramos ante un caso incardinado en la espiral del miedo . El aluvión de amenazas que nos asaltan cada día desde el televisor, desde el dial de la radio o desde las portadas de la prensa se hacen corpóreas en nuestra percepción cerebral. Vivimos rodeados de crímenes en serie , atracos a mano armada y bandas organizadas que acechan a nuestros hijos.

Y es previsible que en ese estado de emergencia permanente, se pongan en marcha dispositivos de seguridad a la altura de las circunstancias. La dirección del colegio, sin ir más lejos, decidió elevar la edad de los niños que son entregados en mano a sus familiares. La sensación de peligro es libre. Intransferible. Pero, sobre todo, paralizante. En los años sesenta, el 90 por ciento de los niños entre 6 y 11 años de edad iban solos a la escuela. Hoy, medio siglo más tarde, el 95 por ciento van acompañados de sus padres, que los atrincheran en casa para protegerlos del mundo. Cuidado con el miedo. Deja las calles vacías. Es letal para vivir.

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