Francisco J. Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO
Mezquita-Catedral
Mientras la Iglesia, con dos mil años, se lanza al márketing turístico, los modernos viajan en babuchas o van a «Fritur»
Como nadie va a dejar de decir que irá a la Catedral a ver tal o cual cofradía... O que disfrutará al sol de una cuña de tortilla de Santos al lado de la Mezquita tras salir de misa (¡cómo se echan en falta aquellos boquerones en vinagre del callejón del Caballo Rojo...!). Que escuchará un emocionante concierto de música andalusí en el coro catedralicio o le enseñará a unos amigos el embrujo de una Mezquita sin igual, con sus altares, sus capillas y su mihrab, cuando calla el murmullo mundano..., habrá que situar, pues, la nueva marca lanzada por el Cabildo sobre nuestro principal monumento y templo católico en el nivel y el espacio oportunos para comprender el paso dado por los canónigos tras más de dos años de silencioso y arduo trabajo envueltos en una interesada y vergonzante polémica. Tengan la absoluta certeza de que ninguno de los que estamos en esta tierra bendita vamos a cambiar nuestro paisaje y paisanaje urbano por el márketing que, como mucho, nos complicará un poco más titular las informaciones o escribir nuestros humildes pareceres. Y que así sea. Pero mucho menos por la espuria política que blinda su barriga con tóxicos alimentos interesados y alejados, siempre, no lo olviden, de las verdaderas necesidades del respetable.
En este contexto nació toda esta farsa en la que unos han tenido sus quince minutos de gloria, otros su factura pendiente, algunos su itinerario político y mediático, también su cortina de humo o su postal exótica de viejos románticos... e incluso muchos la oportunidad de ilustrarnos en materia registral. Walt Whitman decía que no podemos dejar escapar los días sin crecer un poquito más en el trance de haberlos vivido. En el caso que nos ocupa, nuestro alargamiento interno ha sido exponencial.
El plan de marca, el cambio de imagen, los nuevos folletos y el catálogo de nomenclaturas no son, ni mucho menos, un paso atrás de la Iglesia para usar el término «mezquita» —que nunca se dejó de utilizar, por otro lado—. Una «derrota» ante los moralistas a la cordobesa, inventados hace dos milenios. Quien así lo vea, en la legitimidad de su juicio, no conoce la esencia de un ministerio que dura más de dos mil años. La Mezquita-Catedral, o como quieran llamarle, es uno de los pocos motores económicos que tiene Córdoba. Huelga abundar más sobre ello, si no fuera por subrayar que ésa ha sido una de las veladas motivaciones de esta campaña de trincheristas y oportunistas. No hay cosa que le guste más a un político y su entorno que la administración de un presupuesto, una taquilla de ingresos y un amplio cuerpo de recursos humanos con espacioso escaparate para seguir haciendo de su capa un sayo.
El paso dado es hacia adelante, tras superar dudas y errores internos, y después de esta pormenorizada campaña de gestión turística, porque relanza el principal atractivo de la ciudad transitado al año por 1,7 millones de personas . Acorde a las nuevas demandas del viajero, abriendo más expectativas para enseñarse, creando una marca institucional ( «Conjunto Monumental Mezquita-Catedral» ) sin estridencias, tan abierta como rica en su semántica, restando argumentos a sus «fieles» adversarios y demostrando que la iniciativa pública en Córdoba es un esperpento en babuchas , con las puertas cerradas al futuro, sin objetivos ni estrategia y con ese regusto rancio y casposo que cada año nos deja «Fritur», la feria del turismo político. Ha tenido que ser una empresa privada a fin de cuentas la que impulse una campaña de imagen y marca que realmente redunda en Córdoba, en uno de sus sectores económicos principales, del que vive mucha gente cada día cuando levanta la persiana de su trabajo. Y lo que pide ya a gritos son pequeñas alianzas con esos atomizados protagonistas de la atención turística que cada jornada inventan algo nuevo para dar a conocer a esta maravillosa ciudad a la que aún le queda mucho. Y aquél que tenga dudas, ya está perdiendo tiempo sin ir al juzgado.