Rafael González - LA CERA QUE ARDE
El método
Un embotellamiento de patios en la calle Encarnación da para estrechar los lazos
Estoy atrapado en la calle Encarnación y me hago un selfie. En algo habrá que emplear el tiempo, digo yo. El caso es que he subido al Centro a mis cosas y me he encontrado con el personal que viene a guardar cola para ver lo de los patios. Desde que somos Patrimonio Inmaterial esto se ha subido de una manera que el Santos no da abasto con las tortillas ni hay veladores suficientes para las comuniones, que coinciden con los patios en una conjunción equinoccial que pone a prueba todos los modelos económicos que se puedan estudiar desde la crisis y, sobre todo, los principios físicos que nos dicen que dos cuerpos no pueden ocupar un mismo espacio. Porque esa niña vestida de princesa se ha subido sobre el Citroën para hacerse las fotos.
No he aclarado que el utilitario está en la misma calle que yo y 528,2 personas más. El coma dos es de una señora japonesa muy pequeña que se ha quedado enganchada en el luminoso del hotel. Estos japoneses son raretes , o por los mismos principios físicos antes mencionados, la señora nipona ha sido elevada hacia arriba según nos explicó Arquímedes y, dada la situación, se ha puesto a hacer fotos a la más tradicional y japonesa manera. Ellos son felices en cualquier circunstancia o luminoso del que cuelguen.
Debo decir que en momentos como este aplico el método Leyton y me desdoblo : renuncio a mi habitual personalidad y trato de improvisar desde un personaje que voy creando a medida que un señor mayor me aplasta su aparato reproductor masculino contra mi bazo. A él un americano acaba de clavarle el objetivo de la cámara en la sien y ante tal circunstancia no protesto por lo que podría considerar una invasión de la intimidad de mi bazo , que es muy heterosexual, por otra parte. Bueno, aquí en la calle Encarnación, entre que el Citroën se mueve o no, ya nos hemos fundido todas las razas y todos los géneros y todas las niñas de comunión, y somos seres indefinidos y amorfos , así que dudo incluso de la masculinidad de mi bazo. En esto aparece un muchacho de esos que llevan colgado un identificador de «organizador de patios» -un clarísimo oxímoron, por otra parte- y está tratando de evitar que otro vehículo que sube por Rey Heredia se meta en el camarote en el que estamos el Citroën, los guiris, la niña de la comunión, los padrinos, la japonesa colgante y un artista emergente despistado que ha salido de su casa con intención de tomarse un pincho y una caña en el Santos.
Tomo distancia de la situación, como ya he dicho, porque aplico el método actoral que me permite convertirme en canadiense francófono -es lo que he elegido- y pensar en francés (claro) que estoy celebrando un hermoso viaje a Córdoba para ver sus patios y degustar el salmorejo.
Aunque en realidad yo sólo había subido al Centro a buscar un cajero y mirar un libro que necesito. Pero aquí sigo, disfrutando del resultado que, cinco años después del veredicto de la Unesco , hace de los patios otra fiesta típicamente cordobesa.