Rafael González - La cera que arde
Medieval
Dejan la vena reivindicativa y aparcan justo en mi salón
lOS concejales en el consistorio cordobés mantienen un pique muy raro: andan midiéndose a ver quién tiene la noche blanca del flamenco más larga. Son como niños. Ya llevan tiempo así, porque hay que ver la que dieron con el flamenquín más largo del planeta. En el proceso de innovación que sufrimos en el anterior mandato las medidas importaban y mucho. No es lo mismo sacarse en mitad de la calle un avión cultural que un flamenquín. Y si el flamenquín tiene una longitud comparable a la feria medieval, apúntese un tanto en Fitur y en el libro Guiness. Bueno, antes la feria era medieval, pero los aires innovadores nos la convirtieron en romana. Veías a romanos por la Calahorra cantando las cantigas de Alfonso X El Sabio y sabías que algo no cuadraba.
Seguramente, esos romanos se habrían comido el trozo más alejado del flamenquín, el que daba ya con las Ermitas, y ese suele estar más frío y más pasado. Los romanos de las ferias suelen freír buñuelos de viento y kebabs, porque son unos romanos plurinacionales. Este año han venido vestidos del Cid y me han dejado dos renaults, tres toyotas, una nissan vanette y dos mercedes vito justo en el dormitorio y a la entrada del pasillo. Ha sido así porque no pueden estacionar sobre las farolas con los conos que colocan para que la gente que va al estadio Arcángel a flipar cuando salgan encuentren el camino de vuelta a la nada.
Tengo la mala suerte ahora mismo de vivir en el Campo de la Verdad y se me llena la salita de trovadores, chorizos al vino y carne de ornitorrinco a la brasa. Si nunca han visto un ornitorrinco de cerca acudan a feria romana o medieval. Estará ya sin pelos y un poco chamuscado pero por lo menos podrá decir que ha comido un mamífero pato con certificado de feria ambulante.
Antes vivía yo en Santa Marina. Me dio por ahí como a cualquiera le puede dar por la astronomía. Allí no teníamos justas de caballeros ni carreras de cuadrigas, pero era bastante habitual que te encontrases a una señorita durante las cruces haciendo pipí en la ventana del salón comedor o a un grupo de jóvenes cordobeses cantando sevillanas hip hop de madrugada. El mayo cordobés, ya sabe, qué le voy a contar yo que no le hayan dicho en Facebook en alguno de los grupos de «no me quites la noche blanca hacendado», «pon el cuadro en su sitio», «viva la feria con corbata y no en chanclas» y «hay que ver que se han cargado el flamenquín más largo de las Costanillas». La gente se moviliza en las redes por las tremendas injusticias a las que son sometidos por nuestros ediles y por el extraño vacío de poder en el que se ha sumido nuestra patria, donde aquí va a hacer cada uno una capa con su pacto. Cuando se les quita la vena reivindicativa de sofá se vienen a la feria medieval de Córdoba. Dejan el coche en mi cocina y se zampan tres cochinillos del siglo pasado, un carnero de cuando Millán Astray era cabo y ven volar a los halcones peregrinos en exhibición que después de tantas ferias medievales traducen del latín al inglés en los ratos que no están volando. Y los animalistas tan contentos con esta cosa medieval.