CÓRDOBA
Los mayores de Córdoba: la batalla con la soledad se agrava con el Covid-19
Más de 3.000 personas mayores viven aisladas en la ciudad y cuatro han muerto en esas condiciones en el último mes
En poco más de un mes, en Córdoba han muerto cuatro ancianos en completa soledad . En todos los casos los bomberos tuvieron que forzar la entrada de sus domicilios tras los avisos de los vecinos . Puede que alguien los echara de menos en la tienda del barrio o en el rellano de la escalera, pero vivían sin nadie cercano a quien contactar. Ninguno de ellos, que se sepa, murió por el coronavirus . La pandemia , sin embargo, agravó uno de los problemas que ya padecían, que no tiene nada que ver con las enfermedades del cuerpo sino con los males del alma: la soledad .
Con una población muy envejecida , como ocurre en todas las sociedades modernas , en Córdoba capital residen ahora mismo más de 60.000 personas mayores de 65 años, el 18,8% según datos del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía . Nadie sabe, sin embargo, cuántas de ellas viven en soledad, una variable cualitativa que nunca aparece en los balances oficiales. Eva Contador (PP), concejal responsable de la Delegación de Mayores , preguntó el dato concreto a poco de hacerse con esa tarea y asegura que nadie en el Ayuntamiento supo contestarle con exactitud.
Ocurre que la soledad es un sentimiento subjetivo. Hay personas sin compañía que no se sienten afectadas, y otras que comparten vivienda con más personas de su entorno y sin embargo se ven solas. Y está también la soledad no deseada, la sobrevenida... María Torralbo, abogada y responsable del programa de Atención a Mayores de Cruz Roja para toda la provincia, aclara que «es muy difícil tener datos estadísticos sobre la soledad. ¿Cómo se mide? El parámetro objetivo de vivir solo no vale. Y ahí es donde nos movemos nosotros».
La Cruz Roja atiende a 3.100 personas que viven en esa situación, pero podrían ser casi con seguridad muchas más. No todas aceptan hablar de su problema -en el caso de que lo sea-, mientras que otras están en una situación económica y sanitaria favorable que les permite mantener relaciones sociales y ser independientes. No consideran la soledad como un problema, al menos hasta que el confinamiento estricto del estado de alarma hizo que muchas de estas personas se replantearan su situación.
La pérdida del marido
Eso le ocurrió a Rosario Rivera, una mujer de 75 años que se vale por sí misma y que lleva dos años sin compañía en su vivienda de Santa Rosa. Era hasta hace poco una soledad «acompañada», llevadera. Rosario visitaba cada día a su marido en una residencia cercana al domicilio. «Yo ya no lo podía cuidar, se me venía abajo y lo tuvimos que poner en una residencia aquí cerca», recuerda. Allí le acompañaba en los almuerzos y seguían haciendo algo parecido a una vida juntos, la misma que llevaban compartiendo nada menos que 56 años.
La pandemia se llevó por delante todo eso y le dejó a Rosario una soledad verdadera. Durante los meses más duros del confinamiento no pudo ver a su marido, con las visitas a residencias estrictamente prohibidas. Su esposo dejó prácticamente de comer y terminó enfermando de una neumonía no relacionada con el coronavirus Covid-19 que lo mandó directo al hospital. Allí sí pudo verlo, por más que fuera en unas malas circunstancias, y acompañarlo las 24 horas durante ocho días. El drama sobrevino poco después. Recibió el alta, lo devolvieron a la residencia y al día siguiente amaneció ya muerto. Era el 20 de mayo. «Por lo menos no estuvo solo y por eso tengo una tranquilidad muy grande», refiere Rosario. Le queda ahora «la tristeza porque me falta él tras una vida entera juntos».
Durante el confinamiento estricto Rosario también estuvo completamente sola. Su familia no podía visitarla -tiene una hija trabajadora- y ella tampoco podía salir ni siquiera a hacer las compras. Un nieto equipado con una aparatosa mascarilla de pintor se encargaba de llevarle las medicinas y algo de comida , «pero muy mal lo he pasado, totalmente sola en casa durante estos tres meses sin salir y encima triste».
La mujer, además, desconocía que existen recursos asistenciales tanto públicos como de asociaciones para atender este tipo de situaciones y hacer más llevadera la vida sin compañía . Ahora sí tiene una pequeña ayuda de la Cruz Roja, que le entrega una tarjeta mensual con 150 euros para poder comprar comida en los supermercados de la zona.
Falta el reconocimiento
Porque la anciana carece de cualquier ingreso: la pensión de viudedad no se ha podido tramitar aún debido a la especial situación en la Seguridad Social y en el resto de administraciones, que sin atención presencial dificulta sobremanera la gestión de las prestaciones. «Llevo ya casi tres meses sin recibir ni un céntimo», se lamenta, y por eso agradece la aportación de la oenegé, que «me ha aliviado un montón».
El caso de Rosario Rivera es un ejemplo de lo que le ocurre a cientos de ancianos que sufren una soledad sobrevenida por sus circunstancias personales. Muchos de ellos desconocen la existencia de la asistencia social de carácter público , como asegura la delegada de Asuntos Sociales del Ayuntamiento, Eva Timoteo (Cs): «Detectamos las situaciones de emergencia gracias a la colaboración ciudadana, porque los vecinos nos hacen llegar la información». En buena parte de los casos los ancianos se sienten bien en soledad porque tienen una situación económica holgada y no necesitan el apoyo institucional. En otros, asegura Timoteo, hay un sentimiento de vergüenza, ya que «no a todos les gusta reconocer que están solos».
El confinamiento cambió la situación y ha hecho aflorar decenas de casos de soledad entre las personas mayores. La delegada sostiene que el estado de alarma provocó «esa búsqueda de ayuda que es un bien para ellos. Han salido a buscar auxilio y para eso estamos las administraciones, para procurarlo».
Comenzaron a detectar los casos de soledad por llamadas triviales a los teléfonos municipales. Eran personas que no pedían nada, sólo querían hablar. Preguntaban, por ejemplo, «cómo iba la pandemia», refiere Timoteo. A partir de ahí se puso en marcha un plan de búsqueda y atención urgente de ancianos que vivieran solos, para el que no hacía falta ninguna resolución. Localizaron durante la pandemia a 52 personas mayores que necesitaban atención a domicilio y a otras 116 a las que hubo que llevarles la comida a casa, todo dentro de las primeras medidas de urgencia tomadas sobre la marcha al comienzo del estado de alarma. Los Servicios Sociales, sin embargo, ofrecen coberturas mucho más amplias.
Encarnación Lanzas es una de las personas que recibe un poco de esa asistencia a través de los programas de ayuda a domicilio -un par de horas dos veces por semana-, así como de la Cruz Roja . A sus 76 años, tiene que moverse con andador y lleva ya ocho años, desde que falleció su marido, viviendo en soledad en su piso del Sector Sur.
Aun así, se atreve ahora a salir «un poquito por la mañana» y luego se dedica a las tareas de la casa que sí puede afrontar. Después de comer viene lo malo, porque «me paso toda la tarde sentadita sola». «La soledad es mala, muy mala, y más por la noche tal como está la vida», apunta.
El confinamiento Encarna lo pasó encerrada sin salir nunca de casa. Pudo aguantar porque llamaba por teléfono, «me traían las compras y me apañaba como podía», pero se encontraba «muy aburrida, los días se me hacían muy largos». Tiene un hijo que va a verle cuando puede, porque «está separado y tiene que estar con su propio hijo, demasiado hace la criatura». También cuenta con la compañía esporádica de voluntarios de la Cruz Roja, que la acompañan al médico si es necesario. Encarnación reflexiona sobre la soledad exacerbada por la pandemia con seguridad y resignación: «Es mala para todo el mundo, más para las personas mayores. Pero esto es lo que nos ha tocado vivir».
La delegación de Mayores
La delegación de Mayores que dirige Eva Contador también trata con ancianos , pero sólo con aquellos que no requieren asistencia. Su tarea es desarrollar actividades que llenen el tiempo libre de los jubilados y generar grupos sociales que fomenten el contacto. Esa es, explica Contador, una buena manera de evitar la soledad y de «detectar cuándo alguien se encuentra enfermo o necesita ayuda para que no vuelvan a pasar estas muertes. Es muy triste morir en soledad sin que nadie eche de menos esa pérdida».
Y es que en no pocas ocasiones la detección de la soledad no deseada, y los problemas que de ella se derivan, debe hacerse sin que se den cuenta los propios afectados. Por eso el Ayuntamiento ha aprovechado incluso el trabajo de los repartidores de comida que sí han tenido contacto regular con los ancianos durante la pandemia para que recabaran información de forma sutil. Detalles como llevar tres días con la misma ropa o malos olores en el domicilio se comunicaban directamente a Asuntos Sociales por si fuera necesaria una intervención.
En la misma línea ha trabajado la Cruz Roja desde el inicio de la pandemia, cuando reforzó el servicio de atención telefónica para hacer un seguimiento continuo de los ancianos que viven solos, al menos de los que están «fichados» en sus bases de datos, que son varios miles. «Algunas personas se sienten solas porque no saben qué hacer en casa. Otras no han sabido gestionar sus emociones» durante la crisis, explica la responsable del programa de Mayores.
Los voluntarios de esta oenegé seguirán haciendo este trabajo de forma telemática (teléfono o vídeollamada), ya que tienen protocolos de seguridad muy estrictos que impiden las visitas a domicilio que antes de la pandemia sí se hacían. Pero incluso el sencillo gesto de hacer una llamada para preguntar «¿cómo estás?» tiene su importancia. Así lo reconoce Rosario, la anciana que perdió a su marido hace poco más de dos meses: «Me alegro mucho cuando me llaman de la Cruz Roja, pero yo no tengo miedo a estar sola. Lo único es que tengo mucha pena y hasta que pase un tiempo será así. Espero que sea poquito».
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