Perdonen las molestias
Masculino genérico
El mismo día en que una empresa pagaba a sus trabajadores lo que hurtaba a sus trabajadoras, nacía el Consejo de Ministras. Aleluya
QUE el masculino genérico lo carga el diablo, lo acaba de certificar (presuntamente) una empresa de Lucena para disgusto de la Real Academia de la Lengua y sus centinelas decimonónicos. La compañía aceitera en cuestión ha cogido el rábano del convenio laboral por las hojas para constatar que el lenguaje nunca es inocente y, de paso, discriminar (presuntamente) a las trabajadoras por su condición femenina. Al parecer, la empresa ha actualizado un incremento salarial a sus trabajadores , y no a sus trabajadoras, porque la literalidad del convenio decía exactamente eso.
Designar los colectivos mixtos con el masculino genérico del plural tiene sus riesgos. Y aquí está la prueba. Si el convenio laboral dice trabajadores, pues dice trabajadores y no dice trabajadoras. Así lo interpreta torticeramente el jefe de personal , cuya consideración ética preferimos reservarnos para la hora del té. A las trabajadoras de su empresa les habrá dado (presuntamente) una patada en el trasero , pero a los defensores del lenguaje inclusivo les acaba de obsequiar con un argumento imbatible.
La lengua es materia viva. Es decir: un conjunto de signos que transmiten ideología, prejuicios y códigos culturales de su tiempo. Es, por tanto, un sistema semiótico sujeto a las transformaciones sociales que se abren camino imparables. Y si hasta antes de ayer la lengua subsumía a la mujer en el masculino genérico, hoy ese propósito se rebela injusto y falaz . Pero, sobre todo, ridículo.
Lo que no se nombra no existe . Y lo que no existe se esfuma por la letra pequeña de los convenios laborales, los techos de cristal y la realidad nuestra de cada día. Las mujeres han venido a la vida pública para quedarse, se ponga como se ponga la gramática española y sus eminentes exégetas. Y las mujeres, tarde o temprano, se harán visibles en la lengua como ayer se hicieron carne en el Consejo de Ministras.
Lo peor no es la (presunta) cutrez sexista de una empresa de pueblo. Lo deplorable es el atrincheramiento de la RAE en la norma lingüística como un general sin ejército incapaz de aceptar que empieza a perder la batalla. Ayer, víctima de su soberbia académica, endosó al lenguaje inclusivo la responsabilidad de la discriminación a las trabajadoras de la aceitera de Lucena. «Quizás la insistencia en afirmar que el masculino genérico invisibiliza a la mujer traiga consigo estas lamentables confusiones », sentenció vía Twitter una venerable institución que vetó durante 265 años la entrada de ninguna académica y hasta 2016 solo 11 habían logrado un sillón de un total de 500 miembros.
Lo que legitima a la lengua no es la RAE. Es la comunidad hablante. Y es la comunidad hablante la que busca nuevas palabras , construye nuevos giros y genera nuevas respuestas frente a las nuevas realidades, al modo en que un torrente de agua se abre camino entre las piedras de la cañada. Luego, ya vendrá el académico de turno para bendecir el cauce recién inaugurado por la acción creadora de la naturaleza.
Desde ese punto de vista, saludamos felizmente el alumbramiento del primer Consejo de Ministras de la historia de España, un hito sin precedentes en la accidentada vida constitucional de nuestro país. Para quienes tengan dificultades en distinguir anécdota de categoría, la arrolladora fuerza simbólica de la estampa de ayer habrá despejado todas sus dudas. Poco después, por cierto, un señor sostuvo en la tele que si tomamos como bueno el término Consejo de Ministras, los señores ministros se sentirán discriminados. Quiere decirse que vamos cientos de años tarde . Ánimo.