Mirar y ver

Ahora, las palabras

La pandemia nos mantiene en alerta sanitaria, pero también en vigilante atención para descubrir los nuevos significados de las palabras con las que se nombra la realidad

Atardecer en Córdoba con la silueta de la Mezquita-Catedral en el horizonte Valerio Merino

María Amor Martín

Me acerco desde esta columna, con el arrebato y la inquietud de las primeras veces. Y se me amontonan las palabras para recordarme que a través de ellas miramos, vemos y contamos lo que miramos y vemos. Un preciado don. En una sociedad que se ha convencido de que lo que no se cuenta, lo que no se nombra no existe, las palabras me recuerdan, como dijo Pablo Neruda , que «tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces».

Pero, las palabras son tan cotidianas, tan familiares, que nos parecen meras herramientas. Se escogen, se utilizan, se intercambian, se transforman y se desechan. Sin embargo, poseen un poder indescriptible. Pueden ser verdaderas o engañosas, sinceras o hipócritas, pacíficas o destructoras, disidentes, amantes, bellas. A menudo pronuncian lo mejor del ser humano: aman, sonríen, sueñan, crean y creen. A veces, como si olvidaran su auténtica naturaleza, se tornan subrepticiamente arma de poder que miente y manipula. Las palabras son mucho más que un eficaz utensilio: organizan el mundo, lo significan, lo muestran desde su óptica, lo dicen y hacen comprenderlo.

Hay momentos en los que las palabras adquieren un valor crucial. En este tiempo en el que no podemos acercarnos, abrazar, besar, tocarnos, ellas han de convertirse en abrazo, en beso, en piel… Nunca se les ha reclamado, tanto como hoy, la tarea de descubrir y describir emociones, sentimientos, deseos… Ocultos como estamos tras las mascarillas, suprimida gran parte del lenguaje corporal , al menos el tan necesario del rostro, abolidas las leyes de la proxémica y sus significados, es indispensable que aprendamos a expresar con palabras lo que callan nuestros gestos.

La pandemia nos mantiene en alerta sanitaria, pero también en vigilante atención para descubrir los nuevos significados de las palabras con las que se nombra, o se pretende nombrar, la realidad. Presumo que ahora no hay en ellas nada casual. El estado de alarma ha alargado sus días y se han acortado los de la cuarentena ; el toque de queda no es tal; la nueva normalidad se construye con un adjetivo que contradice la significación del sustantivo al que acompaña, lo habitual no es novedad; deseamos ardientemente ser «negativos» y la distancia ha pasado a expresar la única manera posible de cercanía. Nunca alejarse para estar cerca había sido manifestación de cómo y cuánto dependemos los unos de los otros, de responsabilidad, casi un acto de amor.

Córdoba es una ciudad de palabras y de hechos . También somos lo que hablamos y puede que de tanto escuchar y pronunciar las mismas palabras acabemos siendo crisis, confusión, aislamiento, inmovilismo, miedo y tristeza. Y puede que, recobrando las palabras que siempre nos acompañaron, seamos conocimiento, sentido, fe, valentía esperanzada, visión crítica, encuentro y vida. Escucho en la voz de Pablo García Baena «la letanía armoniosa de los nombres», como antídoto y salvoconducto. Mientras, releo en los «20 años sólo para Córdoba» de ABC –enhorabuena- lo que fuimos y el futuro ya naciente que se va fraguando. Ambos me aseguran que ni las palabras ni los hechos se los llevará el viento de la incertidumbre y me alegro de estar aquí, con el arrebato y la inquietud de la primera vez, escribiendo, para contar lo que miro y veo.

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