HISTORIA

Marcelino Siuri, el obispo con alma de artista que transformó Córdoba

El prelado, que llegó a la silla de Osio tras la designación directa de Felipe V, fue el ideador de plazas con San Andrés o Capuchinos

El prelado nacido en Elche en 1654 ARCHIVO

Félix Ruiz-Cardador

DECENAS de obispos han pasado por la Diócesis de Córdoba, por la silla de Osio, pero no todos han dejado huellas claras de su paso por la ciudad. Algunos se caracterizaron por tener un mayor afán teológico y otros por su capacidad transformadora, del mismo modo que las condiciones económicas influyeron. Casos hay en los que el amplio conocimiento filosófico y el afán de mejora material se dieron la mano y ahí está el ejemplo de don Marcelino Siuri, obispo hace ahora trescientos años bajo designación directa de Felipe V.

Desde su llegada hasta la fecha de su muerte, en 1732, el prelado dio muestras de una intensa vitalidad, que se reflejó en la reforma de numerosas iglesias y conventos, así como en variadas intervenciones en la Mezquita-Catedral. Tal es así que la ciudad que hoy conocemos no sería la misma sin las intervenciones que el obispo Siuri impulsó, pues de ellas proviene la fisonomía de plazas tan características y transitadas como la de San Andrés o la de Capuchinos.

Estudios

Este obispo de Córdoba había nacido en Elche, un mes de abril de 1654, y era hijo de buena familia. De su padre, Antonio Siuri, se sabe que ejercía como doctor en leyes. Su formación académica, alentada en un entorno familiar ilustrado, comenzó por ello muy pronto y a los 10 años ya cursaba estudios de Gramática y a los 13 de Filosofía. El niño debía sin embargo tener intereses artísticos, pues a los 16 se sacó el Bachillerato en Artes.

Luego vino una intensa formación teológica que lo llevaría descollar desde muy joven, al alcanzar una cátedra de Filosofía y a ordenarse como sacerdote. Una trayectoria muy acorde a las disposiciones del Concilio de Trento, lo que dio lugar a que fuese escalando en la jerarquía religiosa de Valencia para ser finalmente designado por el Rey obispo de Orense en 1708. Sería el paso previo a su traslado definitivo a Córdoba. Aquí murió aquejado de gota.

Uno de los trabajos escritos por el prelado ABC

El recuerdo que dejó fue notorio, y ahí están los documentos que se conservan de sus honras fúnebres o la biografía admirada del también sacerdote y teólogo valenciano Felipe Seguer, texto que fue editado en Córdoba varias décadas después de la muerte de Siuri, en la segunda mitad del XVIII. Habrían que pasar varios siglos hasta que, el año pasado, una tesis elaborada en la Universidad de Córdoba por Francisco Manuel Pérez García bajo dirección del profesor Fernando Moreno diese detalle exacto del legado del obispo. Ya se rastreaban huellas previas en obras hoy clásicas de la historiografía como los «Paseos por Córdoba» de Teodomiro Ramírez de Arellano, o en libros imprescindibles como el que en 2007 publicó el canónigo Manuel Nieto Cumplido sobre la Mezquita-Catedral.

Una prosa excelente

En su tesis doctoral, Pérez García desentraña con prosa excelente la figura del obispo ilicitano y lo dibuja como un seguidor del Cardenal Salazar, que había ocupado la silla de Osio unos años antes dejando un legado valioso en el que sobresalen el Hospital de Agudos que hoy ocupa la Facultad de Filosofía y Letras, en plena Judería, o el Palacio de la Merced, actual sede de la Diputación Provincial. Al igual que había hecho Salazar con el arquitecto Hurtado de Mendoza, Siuri supo rodearse de solventes artistas y artesanos de su tiempo, como es el caso de los hermanos Juan y Luis Aguilar de Arriaza o de Tomás Jerónimo de Pedrajas. También el pintor Pedro Moreno o al platero Rafael Berral participaron de este grupo de trabajo.

Plaza de San Andrés ARCHIVO

Las acciones emprendidas por Siuri son prolijas de explicar, aunque quizá las más conocidas sean las de la Mezquita. Importancia tuvo el proceso de restauración de las bóvedas de las arcadas de la zona construida por Abderramán I, las cuales se encontraban en pésimas condiciones cuando el obispo tomó posesión de la sede, o la reforma de la Capilla del Baptisterio, de la que procede la actual pila bautismal. Siuri también dejó su huella en el campanario. Aumentó el cuerpo de campanas de 12 a 15 y promovió la sustitución de las que estaban en mal estado.

Una huella intensa

La huella de este prelado está presente por toda la ciudad e incluso en municipios de la provincia. Fue una labor centrada más en la reforma que en las construcciones de nueva planta, pero que sirvió para que muchos edificios religiosos recuperasen la prestancia que habían perdido con el pasar de los siglos. Es el caso de iglesias como Santa Marina de Aguas Santas de la localidad de Fernán Núñez o del colegio de La Piedad, dedicado a los niños huérfanos.

También de la iglesia de San Nicolás y San Eulogio, que recuperó la Diócesis tras la venirse abajo los restos que quedaban de una mezquita, o de la colegiata de San Hipólito. O reordenaciones arquitectónicas en conventos como el de Nuestra Señora de la Concepción (El Císter), el del Corpus Christi, el de las Madres Capuchinas de San Rafael o el de la Merced Calzada.

Turistas en el interior de la Mezauita-Catedral ABC

Las obras cuyos resultados son hoy más visibles quizá no sean esas sino las que emprendió en las plazas de Capuchinos y en la de San Andrés. En la primera el obispo propició la construcción del templo de San Jacinto en el que hoy se puede ver a la Virgen de los Dolores y la organización del edificio -antigua casa solariega del Marqués de Almunia- para convertirlo en hospital, obra de calado que dio lugar a la plaza que hoy conocemos y que tanto visitan los turistas. En la segunda impulsó una reforma completa, que significó casi que una refundación tras los siglos pasados desde su construcción, en tiempos de Fernando III. En ambos casos se vio afectado el entorno urbano, por lo que se puede decir que sin el empuje inicial del prelado no pasearíamos hoy exactamente la misma Córdoba que paseamos.

Todos estos datos hacen de Marcelino Siuri un obispo digno de recuerdo, aunque su memoria se haya quedado desdibujada en la ciudad a la que dedicó sus mejores años. También esa sensibilidad artística que ya había desarrollado de adolescente cuando estudiaba el Bachillerato y que, visto su legado, jamás le abandonó.

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