Luis Miranda - Verso suelto

Marca roja

El chivatazo de Rosa Aguilar a la Unesco es propio de su Córdoba conservadora y rancia de perol, peña y cuchará que pagan otros

A buenas horas se había puesto roja la marca blanca, vaya momento ha escogido Rosa Aguilar para presumir de pedigrí ideológico. El agua incolora, inodora e insípida que a tanta gente tenía hechizada en la calle Capitulares durante diez años, correcta para quitar la sed pero sin más matiz que el líquido banal que sale del grifo, se habría convertido en vino sin milagro de por medio, en un gran reserva con matices de años 30 y recuerdos de trenka y pantalones de campana transicioneros. A la vejez política viruelas de juventud ideológica; todo lo roja que Rosa Aguilar no era con Izquierda Unida lo es ahora con el PSOE para darle a las cofradías en toda la boca con una celosía de varias toneladas.

Lo cierto es que parecía que el artículo se escribía solo, porque después de todo esta camaleónica política es sobre todo un soldado disciplinado del que importan menos las ideas propias que la fiereza para defender las que les encomiendan. Al cabo de un poco de reflexión y de asomarme a esta ciudad de la que dan ganas de marcharse al menos una vez en cada estación del año, puede que Rosa Aguilar sea la misma de siempre y que siga tocando la misma partitura sin relieve ni vuelo, no más que una mezcla de grandes éxito al buen rollito de Luis Cobos, pero resultona para aquellos oídos que no exigen a la vida más que un estribillo pegadizo que se repita cada diez minutos.

Sí, en realidad el chivatazo de Rosa Aguilar a la Unesco es propio de su Córdoba conservadora y rancia, que no tiene que ver con aquella innovadora y dinámica de Antonio Cruz Conde, que luchaba por ser la más activa de Andalucía y presumía de limpia y silenciosa, sino más bien con la que vino después: la atávica e inerte del perol, la peña y la cuchará que nunca paga quien sólo da pasos atrás cuando tiene el buche lleno.

La reacción de estos días es en realidad propia de quien no ha vivido nunca su ciudad, se refiere a la puerta de Santa Catalina como la del Bar Santos, ha visto la Mezquita-Catedral mucho más en fotos que en el interior y cuando la ha visto se ha creído tan ancho la leyenda de que el buey de San Lucas que hay al pie del púlpito es un homenaje a uno que reventó de cansancio durante las obras. Habrá poco celo patrimonial y mucha máscara ideológica en quienes no quieren que las cofradías vayan a un sitio al que fueron siempre todas las procesiones posibles, pero mucho más de pensar que aquello a lo que llevan a los amigos de fuera en realidad siempre fue como Medina Azahara, un sitio sin vida ni uso hasta que les dio a los curas por quedárselo y cristianizarlo hace cuatro días.

Hasta esta señora del Icomos tan bien dotada de tópicos se ha comportado como una cordobita de taller de encaje de centro cívico y ha hablado más con las fotos y las ideas preconcebidas en la mano que como la científica que no parece ser, porque de sus ideas parece salir que las calles de la Judería son tan de cartón que nadie vive en ellas y de noche desaparecen hasta que al día siguiente se vuelven a poner para los turistas. Tiene sentido lo de ir a la Unesco, porque al fin y al cabo esta Córdoba, donde Rosa Aguilar triunfa y Paco Alcalde no deja de ser un modelo lógico de supervivencia sin la barrera de los principios, es como un pariente lejano e ignorante que recibe la herencia de un cuadro y necesita a un tipo con corbata para distinguir un romero de torres de verdad de un calendario de explosivos Río Tinto.

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