Toros
Las mansiones de los califas del toreo de Córdoba
Un recorrido por las casas en las que vivieron los matadores de toros que han dejado su impronta en la historia
En su testamento otorgado a finales del siglo XIX, Lagartijo declaraba un dinero efectivo superior al medio millón de pesetas , cantidad que hoy equivaldría a cientos de miles de euros. Esas ganancias, al igual que harían los califas que le siguieron, serán invertidas en parte en una lujosa residencia en la ciudad que reflejase al exterior como ningún otro elemento su éxito, su posición social y económica.
Todos los Califas del Toreo fueron de extracción humilde, naciendo, a excepción de Manuel Benítez «El Cordobés», en el barrio del Matadero , arrabal que comprendía el Campo de la Merced y los aledaños de la Torre de la Malmuerta. Del mismo modo, a la hora de elegir casa, todos ellos buscaron la cercanía al barrio que había sido su cuna.
Los Califas marcaron diferencias con la anterior generación de figuras del toreo de Córdoba, dado que éstos últimos, en muchos casos, pertenecían a la nobleza y residieron en las centenarias casas solariegas de sus familias. Tal sería el caso del Vizconde de Sancho Miranda, que habitó en el lujoso palacio de los Gutiérrez de los Ríos , marqueses de Escalonias, en las inmediaciones de San Pedro o el del torero Rafael Pérez de Guzmán, que hasta que fue asesinado por unos bandoleros en Sierra Morena mientras se dirigía a Madrid a torear una corrida, vivió en la llamada Casa de los Guzmanes , en la calle Tejón y Marín, convertida en el colegio la Trinidad.
Rafael Molina Sánchez «Lagartijo»
Rafael Molina Sánchez «Lagartijo» , I Califa del Toreo, nació, como dijimos, en el barrio del Matadero, concretamente en la calleja de los Molinos, situada aproximadamente en lo que hoy conocemos como Molinos Alta . Eligió como residencia habitual la casa señalada con el antiguo número 10 de la calle Osario , calle eminentemente taurina pues en ella -aparte de nacer el famoso rejoneador Antonio Cañero - existe una pequeña calleja llamada del Lindo, apodo de cierto torero muy antiguo.
Lagartijo, pese a su casi total analfabetismo , dotó a su casa de un excelente despacho situado junto al zaguán, llenando sus estanterías con unos libros que jamás pudo leer. En la casa habitó hasta su fallecimiento acaecido el 1 de agosto de 1900.
Resulta curiosa la información que nos ofrecen algunos padrones de vecindad, como el de 1888 del barrio de San Miguel, momento en el que el Califa ya había enviudado:
«Calle Osario, Número 10:
-Rafael Molina Sánchez
-Victoria Molina Sánchez
-Manuel Sánchez Molina
-Carmen Sánchez Molina
-Es viudo, No sabe leer, no sabe escribir.
-Es torero y propietario».
Al maestro le sucedieron diversas anécdotas en esta casa, como aquella en la que cierto día se presentó una señora preguntando por él y cuando lo tuvo enfrente, sin mediar palabra, le disparó dos tiros con una escopeta dejándolo herido.
La mujer fue a refugiarse a la iglesia de los Dolores y cuando la policía la detuvo, Lagartijo les dijo: ¡A esa señora que no le ocurra «na»!. En Córdoba se murmulló que probablemente habría alguna dura historia romántica detrás de todo aquello que explicase aquel raro suceso.
Una mujer entró en casa de Lagartijo y le disparó dos veces con una escopeta
Lo cierto es que más famosa que la casa urbana de Lagartijo, lo fue su cortijo, la llamada Cerca de Lagartijo . Situada en lo alto de una colina en Rabanales, el torero invirtió nada más que en la tapia de piedras o cerca que la cerraba la cantidad de 22.000 reales. Cuentan que el propósito de aquella obra monumental no fue otro que el de dar trabajo a numerosos jornaleros que habían quedado sin trabajo a finales del siglo XIX. A Lagartijo le faltaba cultura, pero le sobraba generosidad.
Por desgracia, hace escasos años, aquella vivienda con sabor a cortijo andaluz de tonos blancos y ocres se vino abajo, ante la desidia de autoridades y propietarios , sin importar que durante más de un siglo formara parte del patrimonio paisajístico de las afueras de Córdoba.
Rafael Guerra «Guerrita»
Rafael Guerra «Guerrita» eligió para vivir una casa situada en la esquina de la plaza de Capuchinos que hasta hoy se conserva, aunque finalmente, cuando hace fortuna, adquiere una enorme y señorial residencia que había pertenecido al conde de Robledo y al marqués de Casa Castillo. La mansión, dado su gran extensión, tenía fachadas a tres calles : la calle Góngora, donde estaba la fachada principal marcada con el número 34; la calle Eduardo Lucena, antes llamada del Arca del Agua y por último, la calle del conde de Robledo.
Será en los cuerpos constructivos recayentes a esas dos últimas fachadas donde El Guerra acometa obras de enjundia en 1898. En concreto, proyectó unas cocheras con capacidad para seis carruajes y guadarnés, más cuadras con diez plazas, pajar, graneros y patio de caballerizas. Al estilo de las grandes ciudades españolas como Madrid, el arquitecto resolvió el ángulo que formaban esas dos calles (Eduardo Lucena y Conde de Robledo ) con una fachada circular por donde entraban bestias y carruajes, cuya forma aún perdura.
Los materiales empleados fueron el ladrillo visto para paramentos, mientras que cornisas, guardapolvos y pilastras se elaboraron en piedra negra y franca de Córdoba . Aunque las referidas edificaciones no tuvieran nada más que un piso de altura, la fachada contaría con seis metros, al estilo de los hoteles y chalets de Madrid, Barcelona o Zaragoza (según reza la memoria técnica del proyecto). Por último, el fabuloso jardín recayente a conde de Robledo, dotado de fuentes y pabellones , era delimitado con una verja de 16 metros de largo. Como verán, todo un palacio al estilo de las residencia europeas.
En esta casa, muy cercana al conocido club Guerrita, nacieron varios de los hijos del maestro. Allí se cortó la coleta en 1899 y también, allí mismo, se colocó su capilla ardiente el día 21 de febrero de 1941, por donde pasó buena parte de la gente de Córdoba para rendir el último adiós al II Califa del Toreo.
Aunque la casa del Guerra no logró sobrevivir al «boom» inmobiliario que por desgracia sustituyó aquellas bellas mansiones decimonónicas del Paseo de Gran Capitán y calles adyacentes por horrendos bloques de pisos , sí que, por el contrario, sobrevivió cierto patrimonio inmaterial que seguimos utilizando los cordobeses. Me refiero a las famosas sentencias del Guerra: «Hay gente pa tó», «Caa uno é caa uno» o «Hay por ahí cá morlaco suelto».
Rafael González «Machaquito»
Rafael González Madrid «Machaquito» fue el III Califa del Toreo. Nacido en la calle Adarve de aquel barrio del Matadero, disfruta y reside durante unos años en la casa número 2 de la Huerta de San Rafael, junto a la carretera del Brillante. Posteriormente adquiere una elegante residencia que se ubicada en el número 3 de la plaza de Colón , con fachada también a la calle Reyes Católicos, lugar en el que se localizaba la entrada de carruajes.
La casa, de dos plantas y con una serie de miradores, disponía de un zócalo color almagra y recibía con un patio losado en mármol blanco, costumbre ésta propia de las casas del siglo XIX. Entrando a la derecha se encontraba el despacho desde donde el califa administraba sus fincas y guardaba los recuerdos de una larga vida como torero.
En aquel patio marmóreo existía un espacioso y l ujoso cuarto de baño que en aquellos tiempos causó sensación en la sociedad cordobesa. Existía un segundo patio repleto de vegetación, tras el cual se ubicaban unas generosas caballerizas. Se cuenta que Machaquito cogió miedo al automóvil tras dar un vuelco en Madrid y desde entonces juró no tener nada más que «caballos sueltos». «Tantos caballos juntos son muy difícil de conducir», decía.
La sala, el gabinete o el comedor con lujosos aparadores y tapices orientales, fueron otras piezas destacadas del inmueble. En el Archivo Municipal queda constancia de las obras que Machaquito hizo, solicitando licencia en 1937 para hacer la entrada de carruajes , «construir un retrete en el piso principal, habilitar otro en el bajo, echar cielos rasos, repasar las solerías que son de ladrillo sustituyendo algunas por losetas de cemento...». Coincidiendo con el inicio de la Guerra Civil , también solicitó licencia para arreglar los desperfectos causados por la caída de una bomba en los Almacenes de Carracedo, que también eran de su propiedad, donde se vendía carbón.
Manuel Rodríguez «Manolete»
Es la única de las «mansiones califales» que queda en pie, aguantando los estoconazos, puyas y banderillas que le pusieron año tras año. Ubicada en la avenida de Cervantes , la casa fue levantada a finales del siglo XIX siendo propietario el periodista Ortega Munilla , padre del filósofo Ortega y Gasset. Concibe una mansión de estilo colonial donde predomina el color blanco, dotándola además de un patio o jardín delantero tras el cual se abre un porche o galería con tres arcos que se repiten en la segunda planta o terraza del edificio.
La vivienda es adquirida años por el IV Califa, Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete» , que reside en ella desde 1942 hasta que en 1947 «Islero» termina con su vida. Tras su muerte éste seguirá siendo el hogar de su madre, doña Angustias , fallecida en 1981. El inmueble permanecerá en la familia durante años, siendo adquirido finalmente por la constructora Marín Hillinger en 2004 y años más tarde, por el empresario de la comunicación Antonio Carrillo.
Convertida hoy en un magnífico restaurante , La Casa de Manolete, en esta mansión se puede dar un pequeño salto al pasado gracias a la fabulosa visita guiada que nos ofrecen los actuales gerentes. Durante el recorrido seremos conocedores de numerosas anécdotas relacionadas con la vida doméstica del diestro , al tiempo que podremos contemplar el uso que tuvieron las habitaciones que hoy sirven de comedores.
Veremos a Manolete en la sala de estar, en el dormitorio o en su despacho , para terminar contemplándolo en el soleado patio de la casa. En este punto ya es obligado retratarse a su estilo, imitando la clásica fotografía en la que el maestro, ataviado con elegante traje y con las gafas «manoletinas», posaba sentado en la fuente blanca y el azulejo de San Rafael . Señores, para que el tiempo no borre la memoria: ¡Va por todos ustedes!
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