ContraMiradas
Manolo Carrasco, tabernero Bar Correo: «He sido sieso para que no me comieran por sopas»
Cuarenta y ocho años al frente del Bar Correo. Ahí es nada. Manolo Carrasco dice adiós a uno de los templos sagrados de la tabernería cordobesa
Bar El Correo de Córdoba | Manolo Carrasco, el adiós de un clásico tras la barra
Manolo Carrasco . Tabernero de manual. Seco como el esparto. Parco en palabras. Tieso hasta decir basta. Como debe ser, que dirían los clásicos. Cuarenta y ocho años tirando cerveza . Que se dice pronto. Y al frente de un bar que no ha sido un bar. Que ha sido un templo. Una farmacia de guardia. Una trinchera. Un confesionario. Una torre vigía. La hostia en verso. Y ahora dice adiós. Que tampoco es un adiós cualquiera. Que es el fin de una época. Y menuda época.
Usted ha dicho: «Me voy porque estoy hasta los cojones». ¿Se puede saber de qué?
De todo. Estoy muy cansado. Muy reventado. Le he dedicado muchas horas al negocio. Demasiadas.
Solo han sido 48 años detrás de la barra.
¡Ea! ¿Pa qué quieres más?
24 de mayo de 1931. Esa es la fecha precisa en que el Bar Correo abrió sus puertas. Ocho metros cuadrados . Ni uno más. Los mismos que usaba el limpiabotas que le vendió el diminuto local a su abuelo. Don Juan Carrasco. El fundador de la estirpe de taberneros. Todo sigue intacto como hace exactamente 90 años.
Todo no. No está sobre el estante la botella de anís ni la de coñac. Ni la barra de madera. Tampoco está la abuela, ni el tío Mariano, ni el tío Juan, ni el padre de Manolo Carrasco, ni Antonio Ranchal, «El lagartija». Ni pasan coches molestando al personal. Que ya.
Por lo demás, dos gotas de agua. Y mucha cerveza. Pero mucha. Los días de traca se han vendido aquí 5 barriles . A 180 cañas el barril. En efecto: 900 cañas. Que ya son cañas. Y ahí ha estado Manolín siempre. Al principio, cuando era un crío, en la esquina de la barra sentado como un pasmarote . Allí lo dejaba su madre cuando se iba a dar clases particulares.
Quien, por cierto, no quiso que su chiquillo trabajara en el bar hasta que no hubo terminado el bachiller superior . Y lo terminó. Pero a disgusto. Y por decreto materno. Manolo Carrasco lo dice bien claro acodado en la barra del Correo: «Con 15 años le dije a mi padre que no me gustaban los estudios». En mayo de 1982 fue contratado fijo. «A currar, que esto va a ser tuyo», le espetó el padre con sabiduría cordobesa. Y ya ha llovido desde entonces.
¿Usted ha sido camarero porque no ha podido ser otra cosa?
No. Por perro. Es que a mí no me gusta trabajar. Es un concepto que la gente no entiende. Me hubiera gustado nacer rico y no dar golpe en mi puñetera vida. Pero claro: si quería tener un estatus social tenía que trabajar.
¿Y esto es lo más parecido a no trabajar que encontró?
Yo estuve trabajando con transporte escolar también. He trabajado en muchas cosas y no me ha ido mal. Las cosas como son. Hasta que me vine aquí a currar con mi padre.
Si no hubiera sido camarero, ¿qué hubiera sido?
No tengo ni idea.
No imagina otro trabajo.
Sí. Ser rico . No trabajar. Ese sería el trabajo más agradable del mundo.
«He sido camarero por perro. Es que a mí no me gusta trabajar»
Pues eso no ha podido ser.
No ha podido ser. Y que conste que he trabajado tela. Por eso me jubilo dos años antes.
¿Qué ha sido el Bar Correo: un confesionario o una farmacia de guardia?
Las dos cosas. Lo mismo te venía uno contándote su vida que el clásico tío que necesitaba una copa porque estaba ya desquiciado .
Y usted ha tenido paciencia para escuchar la vida de otros.
No me quedaba más remedio. De ahí dentro no puedes salir. Cuando la situación era cargante imposible de aguantar, me metía en el servicio. Y le decía a Manolo: «Vete para allá que tengo la cabeza caliente ». Y el tío volvía otra vez: «pon, pon, pon». Y ya le tenía que decir: «Oye, mira, que vamos a cerrar y todos tenemos problemas». Eso han sido las menos veces, la verdad, porque el 90 por ciento de los clientes eran amigos .
¿Cuántos pegos ha escuchado detrás de la barra?
Una barbaridad. Para escribir un libro completo. Pegos, tonterías, mentiras . De todo.
¿Cómo es el cliente cordobés?
Como en todos lados. He estado en muchos sitios y son todos exactamente iguales. Cambia la forma de hablar y poco más. Pero después está el clásico listillo, el clásico fantasma , el clásico buena gente o el tío que adora las tascas. Tienes de todo. Aquí y en todos lados. Lo que pasa es que, muchas veces, no miramos lo que hay fuera. Solo lo que hay dentro. Y eso no puede ser. Hay que tener una vista global.
Usted tendrá ya un máster de psicología.
Pues no lo sé. A mí me han estado tratando psicólogos y psiqui atras .
¿Y ha sido sieso por convicción o por supervivencia?
«He escuchado pegos para escribir un libro. Una barbaridad»
Por supervivencia. Es la única manera. Hay momentos en que tienes treinta, cuarenta o cincuenta personas y todos quieren cerveza a la vez. O te pones en tu sitio o te comen por sopas. Ahí se acaba el «hola cómo estás» y no me cuentes tu vida . No, no, no. Aquí vamos a trabajar y a ganar dineros. Y cuando estemos más tranquilitos ya hablaremos de lo que vosotros queráis.
A usted no se lo han comido por sopas.
A mí no. Y el cliente de todos los días lo sabe. Y se queda callado. Sabe que lo voy a atender en el momento en que pueda.
¿Y se ha apuntado ya a la Asociación de Taberneros Esaboríos de Córdoba?
Con Juan Peña fuimos de los primeros. Pobrecito Juan Peña.
¿Qué ha llevado peor: el pelmazo o el gracioso?
Los dos. A partes iguales. La gente no se da cuenta de que detrás de la barra también hay una persona. Empiezan «pon, pon, pon», hasta que te ponen la cabeza como un bombo.
Nunca ha puesto veladores en la puerta. ¿Por austeridad o por sadismo?
Antes la gente no se paraba tanto como ahora. Entraba, salía, se tomaba la cerveza y se iba corriendo. Así funcionaba esto. Luego salió la Ley del Botellón y tuvimos que poner terraza.
Esto es una cervecería exprés.
Así es.
Y del frío que se pasa aquí en invierno, ¿qué me dice?
Pues nada, hijo, a pasarlo y punto. Otra cosa no hay. Aquí he pasado mucho frío. Y mucho calor.
«Ahora quiero cumplir mi deseo de hacer lo que hacen los ricos: nada»
Entró usted aquí con 15 años y se va con 63. ¿Me hace un resumen?
Trabajar , trabajar y trabajar.
¿Y qué es lo más extraordinario que ha visto aquí?
La muerte de mi padre. Se murió haciendo la visita en San Miguel y yo lo estaba esperando porque venía para acá. Pero cayó desplomado al suelo. Mi primo vino y me dijo: «Ven, Manolo, que tenemos que ver una cosa». Y yo le digo: «No, hombre, que estoy aquí esperando a mi padre ». Y entonces él me dijo: «Mira, Manolo, tu padre se ha muerto».
Son las 12 del mediodía. Y ahí está Manolo Carrasco como cada mañana. Pero al otro lado de la barra . Que no es exactamente lo mismo. Acaba de jubilarse y ha traspasado el negocio a Manolo Jiménez, su colega camarero de toda la vida. Hacemos la entrevista de pie. Como quien se toma una caña de urgencia antes de enfilar a casa para meterte en el estómago un plato de puchero. Qué mejor manera de ofrecer un penúltimo homenaje al Bar Correo nuestro de cada día.
¿Cómo es la vida al otro lado de la barra?
Pues, hijo mío, dame tiempo. Hasta ahora no he parado. Todo el día para arriba y para abajo. Que si entrega papeles , que si ahora el seguro, que si hay que dar de baja esto o aquello.
¿Y ahora qué?
Ahora no quiero hacer nada . Pero nada. Cumplir mi deseo de hacer lo que hacen los ricos. Nada.
¿Y se va a tomar aquí la caña de mediodía?
De momento no quiero ni arrimarme por aquí.
Pues nosotros lo hemos obligado a venir.
Hoy me habéis obligado. He venido aquí con todo el pesar de mi corazón. Pero siempre os habéis portado bien conmigo . Sobre todo, Rafa Ruiz , que es un fenómeno. Y luego ya sabe: que si Canal Sur , que si la radio y que si el otro periódico. Llega un momento en que te cansas.
Se está usted haciendo famoso.
¿Qué fama ni qué fama? Si esto se va a olvidar en dos días. Veremos a ver dentro de un año, si estoy vivo, quién se acuerda de mí.
Noticias relacionadas