Rafael Aguilar - El Norte del Sur

Manolete espiritual

Vayan a ver la exposición sobre el diestro en Orive. Son de las que dejan huella

Un Mercedes modelo 230 W143 comprado de segunda mano y que en la actualidad pertenece al coleccionista Enrique Alcoba Ruiz. Un expediente académico de los Salesianos, una medalla y la firma en el cuaderno de honor del colegio en el que estudió. La faja que llevaba puesta el día de Linares . El rabo y las dos orejas de Islero , el toro que le mató. La mesa de madera y las sillas en las que despachaba con sus subalternos y en las que cerraba los contratos. El vestido de torear que llevaba de reserva el último día que se ciñió la taleguilla. El capote de paseo que lució el 28 de agosto de 1947. Todo eso y más está en la exposición de Orive dedicada a Manolete por el centenario de su nacimiento.

La muestra es de las que se quedan dentro del visitante hasta mucho después de haber cruzado la puerta de salida que separa la sala del parque, de tal modo que no hay manera de volver a casa sin pasar por Santa Marina y por la plaza de la Lagunilla y luego bucear en la modesta biblioteca doméstica en busca de libros que hablen del torero. Hay dos que salen pronto al paso. Uno es el «Diccionario de Toreros» de un «Cossío» heredado, que dice así: «En él parecía que su carácter humano, seco y valeroso, sobrio y duro como el acero es parte esencial en estilo de todos sus artes vitales, y en el toreo como uno más. Y esto es precisamente lo que tuvo de incomunicable su arte».

Otra referencia la constituye la monografía firmada por Fernando González Viñas con el título de «Manolete, biografía de un sinvivir», publicada por Almuzara en 2011. «Manolete ejerce una atracción de índole espiritual sobre un público que en última instancia va a la plaza a contemplar un ritual», escribe el autor, que deja clara su filiación con la cultura japonesa al definir al Monstruo como «el primer samurai de la tauromaquia».

Entre los estudiosos que González Viñas saca a paseo en las trescientas páginas largas de su libro llama la atención uno: el académico de la Lengua Federico García Sanchiz, que el 6 de junio de 1943, aún en vida del diestro, escribió lo siguiente en una tercera de ABC: « Su impasibilidad oculta un fuego inextinguible . Traslada a la lidia lo que el Greco puso en la pintura, con sus azules, sus amarillos, sus blancos y sus grises de plata, que contrastaban con la clásica paleta española, ardiente en sus ocres, sus rojos y sus grises de oro. Si en la Luna hubiese toreros, sería como es Manolete». Y remata Néstor Luján: «Él encadena con un ritmo lento los pases, construye la faena sobriamente, templa y rompe al toro con la muñeca, se adorna poco, con sobriedad y un tanto de desgarbo; mata con decisión y eficacia». No miente pues, el folleto que da cuenta de los actos organizados en memoria del torero: «Manolete es un espejo en el que mirarse». Aunque sea un siglo después de su nacimiento.

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