Perdonen las molestias
Mafia
Otra mujer asesinada a martillazos, atada de pies y manos, ultrajada en un pantano. Otro capítulo del machismo criminal

EL cadáver de María José Pallarés , de 67 años de edad, apareció el viernes 19 de octubre flotando en una zona de difícil acceso del pantano de El Arenoso de Montoro (Córdoba) . El cuerpo estaba atado de pies y manos, tenía ... la boca tapada con una cinta y su cabeza se encontraba encapsulada en una bolsa de plástico. Su asesino acabó con su vida a martillazos 365 kilómetros al norte del embalse. Exactamente en una vivienda familiar de Arganda del Rey . Quiere decirse que el homicida, después de hundirle el cráneo con saña, acomodó el cadáver en su vehículo particular, previsiblemente en el maletero, y lo trasladó hasta Montoro en un viaje que duró tres horas y cuarenta y siete minutos.
La crueldad y el protocolo criminal con que fue ejecutada María José Pallarés nos recuerda a los códigos convencionales de la mafia. Un cuerpo maniatado, una boca sellada con cinta aislante y una cabeza enfundada en una bolsa de plástico solo puede ser obra de un sicario que cumple la rutina de la muerte con la misma tranquilidad con que usted se fuma un pitillo en la puerta de la oficina.
El machismo se va pareciendo cada vez más a los estándares de una organización criminal que actúa sin miramientos a la hora de deshacerse de un cadáver. María José Pallarés ha sido liquidada con la frialdad de un profesional exactamente igual que otras muchas víctimas indefensas fueron cosidas a navajazos, ejecutadas por arma de fuego, calcinadas con gasolina, estranguladas con la almohada o empujadas al vacío desde un séptimo piso.
La liturgia de la mafia machista se repite mecánicamente con la cadencia fúnebre de un «thriller» de serie B. Usted enciende la televisión mañana después de almorzar y se dará de bruces con media docena de cadáveres amordazados y cráneos tiroteados a manos de matones extremadamente competentes. El machismo pone la doctrina y los esbirros aprietan el gatillo. El típico reparto de papeles que no necesita mayor explicación.
Toda esta interminable cadena de asesinatos escalofriantes están hermanados por un denominador común. En todos los casos, sus ejecutores perseguían librarse de una molestia que ya les estorbaba. Hasta antes de ayer les había sido útil por alguna razón. Para tomar la sopa caliente, para tener la cama hecha, para que los niños tuvieran sus zapatos en orden, para sentirse acompañado en la cena de empresa. Qué se yo. Por todas esas razones, y por alguna más que no merece la pena citar, se les mantenía con vida.
Hasta que de pronto un día, al mafioso de turno le hace clic el cerebro y decide, sin demasiadas contemplaciones, que esa voz que lleva escuchando quince o treinta años merece ser apagada para siempre. Es entonces cuando aplica el protocolo criminal del que le venimos hablando con anterioridad y donde antes había un compañero de fatigas surge de repente un pistolero sin estómago que no tiene inconveniente en blandir un martillo y adiós muy buenas.
Es difícil pensar que un tipo de barrio que no ha matado una mosca en su vida tenga el cuajo y la inmisericordia de organizar un plan homicida para maniatar a un cadáver y arrojarlo a las oscuras aguas de un embalse. Para eso hay que ver mucho cine negro o formar parte de la mafia machista que nos acecha cada día.
Lo realmente vomitivo es que de esta nueva víctima propiciatoria hemos visto su rostro y su nombre completo por todas partes y al verdugo confeso lo seguimos protegiendo bajo la fórmula anónima de presunto homicida.
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