BAENA

El maestro de las baquetas

Ramón Sánchez, de 85 años, lleva casi 30 años como enseñante del redoble de tambor

Ramón Sánchez en su taller de Baena S.N.

S. Núñez

Ramón Sánchez es baenense y este año va a cumplir 85 años. Para él, su vida es el tambor y la figura del Judío de Baena. Sus manos siguen trenzando las colas negras y blancas que luego lucen muchos baenenses en sus cascos de «judío», y con una sutil gracia cogen las baquetas y, al posarlas sobre el parche del tambor, le sacan un bello redoble con una facilidad que asombra a expertos, aprendices y aspirantes a redoblantes.

Ramón es judío de la tercera cuadrilla de la cola negra desde los nueve años. Se apuntó con el primer tambor que tuvo, que «me lo hizo mi padre con una lata de atún de cinco kilos», rememora con emoción. Con él aprendió a tocar. A los doce años, más o menos, me compraron un tambor», que fue con el que empezó a redoblar . Fue un hermano el que le enseñó. «Empecé a redoblar por él, que sabía tocar muy, muy bien», comenta orgulloso.

La práctica y el entusiasmo por el tambor y su redoble llevaron a que en 1987 le hicieran la propuesta de crear un taller que sigue casi tres décadas después . Por él han pasado, según sus cuentas, «unos mil quinientos niños , a unos cincuenta por año», dice orgulloso. Reconoce que «redoblar es difícil, hay que tener cierta soltura innata», a pesar de la facilidad del toque del tambor de Baena. Por ello, señala que apenas si «hay unos cuatrocientos o quinientos de los cerca de 3.000 tambores que hay en Baena que sepan redoblar para hacerlo delante de una imagen», afirma con rotundidad, pues redoblar a una imagen es lo máximo a lo que aspira un redoblante. Ramón lo hizo por primera vez con 16 años, a María Magdalena . Desde entonces, siempre que a su cuadrilla le ha tocado «cajas y banderas», él ha ido delante de la Magdalena dedicándole sus sones.

Antes de que comience la Cuaresma, el taller de redoble echa a andar. Una hora de lunes a viernes. Cierra un par de días antes del Viernes de Dolores . Son horas de paciencia, estruendo y alguna que otra regañina que en Semana Santa a Ramón se convierten en emoción y orgullo al ver a sus chiquillos redoblando delante de una imagen.

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