Verso suelto
La tontita de las direcciones
Estos días de Patios hay muchos que ponen el teléfono para ir desde Tafures a la calle Parras
Siempre que mi hija y mi sobrina empiezan a freír a preguntas a la pobre Siri y celebran con risas incontrolables quién le dice la frase más absurda a la muy sufrida asistente virtual del áipad de su abuelo, hay un momento en que pienso que deberían dejarlo y no molestar más con diálogos delirantes a la pobre chica . Debe de ser que me dejo engañar por la voz humana y no caigo en lo que ella misma contesta cuando la insultan: «¿Tonta? Pues no soy yo quien está hablando con ser virtual que vive en la nube».
Siri, Alexa y la voz que indica las salidas y glorietas cuando uno va de viaje a ciudades que no conoce son para la gente que nacimos en los años 70 algo parecido a lo que las lavadoras fueron para nuestras abuelas. Se habían acostumbrado a un trabajo que tenían que hacer a mano y tendían a preocuparse del rendimiento de aquella máquina que lo hacía sin tardanza y sin amenazar con desconectarse el día que se hartase del dueño. «La tontita» la llamaban algunas sorprendidas de su disciplina, eficacia y falta de protestas.
Igual que la lavadora no hacía bromas negras al ver una y otra vez los calzoncillos con manchas que no salían y no sugería con sarcasmo que había una oferta en el supermercado para renovarlos, tampoco esas voces siempre femeninas -¿qué hace la m inistra de Igualdad que no arregla ese estereotipo machista, como prometió no hace tanto?- se quejan de que los dueños de los aparaticos tiren de ellas para aquello que tienen delante de las narices y no quieren mirar.
No hace mucho escuché a un joven que decía ser cordobés y que había empezado a hacer prácticas en una empresa del Centro. No tenía problemas para llegar, pero para ir desde su lugar de trabajo hasta la Mezquita-Catedral sí que había tenido que ponerse la ruta en el teléfono. «Tu abuela habría sido capaz de ir con los ojos vendados y hasta cruzaría por los pasos de cebra. Si te quedas sin batería te pierdes en tu misma ciudad», diría el asistente de las direcciones cuando tomase unas cervezas con los compañeros al salir del trabajo.
En estos días de Patios recobrados escucho cada dos por tres las voces que indican a gente de Córdoba cómo llegar a Tafures o a la calle Parras, cómo bajar desde Pastora hasta San Rafael y dónde está el patio de la calle Duartas. Los rótulos de las calles, que en esos barrios tienen tanto sabor, serán pronto tan arcaicos como una cabina telefónica y si alguien quiere volver a un lugar concreto no tendrá más que la referencia vaga de algún patio del que tampoco sabrá mucho más. «Está en la calle de al lado. Más te vale apagarme que te vas a quedar sin datos para tan poco camino», pensaría si pudiera la voz que dice qué calle hay que tomar.
Hay tecnología que quita esfuerzo y ayuda y otra que borra las habilidad del ser humano para orientarse y buscar referencias donde todo le parece igual, como si pronunciar los nombres de las calles antiguas no fuera un aliño sabroso de los Patios, de la Semana Santa y de todas las fiestas de la ciudad clásica. Hasta la gente que no sabía leer ni escribir tenía un mapa de su ciudad en la que las tiendas y las casas de gente conocida sustituían a los números y rótulos. Entre quien se hace una ruta por satélite para ir de la plaza de las Tazas a Isabel II y de allí a la calle de la Palma y una máquina que recibe datos de un satélite, no estoy seguro de que la tonta sea precisamente la segunda.
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