Verso suelto

Próximo olvido

En el futuro, se dirá que la distancia es una antigua y la mascarilla para hipocondríacos

Peatones por la calle Gondomar Valerio Merino
Luis Miranda

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En cierto momento de esas tardes grises y aquellas madrugadas que parecían cuevas desesperanzadas y no noches de las que tenía que nacer la mañana habíamos pensado que estos días que ya han llegado serían felices y excepcionales como el final de una guerra. El desfile con que se celebra una victoria tiene la cáscara de la alegría y el júbilo de los discursos de quienes sólo vieron los cañones con prismáticos, pero los que marcan el paso con fusiles en la mano y los que saludan desde las caballerías saben que en el campo de batalla les dolían hasta los alaridos de los enemigos. Un año y medio después las mascarillas se han ido cayendo como dientes de leche y la normalidad es como lo que queda debajo de una costra que va menguando hasta que deja el sitio a la piel renovada.

Las procesiones recobradas después de tanto con la algarabía ordenada de las bullas fueron menos una liberación que el regreso a lo que se conocía, como si en vez de un hueco de suspensiones y decretos todo el mundo llegara de haber disfrutado a una imagen en la calle el día anterior. Así es la vida fuera de la novelería de las películas, cuando no hay música épica ni marchas triunfales y las cosas se reconquistan muy poco a poco.

Cualquier día, y según el vértigo de estas semanas espídicas en que se han autorizado hasta costaleros no tiene que ser tarde, se dirá que la distancia es una antigualla y la mascarilla se queda para los hipocondríacos . Alguien pedirá el olvido de este tiempo, condecorará a los que le sirvan para machacar con sus ideas y no recordará siquiera a los que tuvieron que cerrar el negocio cansados de cierres obligatorios y de aforos que subían y bajaban.

No harán mención a los que en el futuro tengan alguna secuela de vacunas que viajaron demasiado rápido como para ser del todo seguras, ni a los ancianos enloquecidos con noticias de variantes que no son capaces de entender, pero que se les seguirán apareciendo como implacables guadañas invisibles. No habrá memoria histórica ni reparación dentro de 90 años ni para ellos ni para los que tuvieron que tragarse lágrimas como puños porque algún burócrata dijo que incluso los hijos de familia numerosa tenían que quedarse fuera del entierro de su padre.

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