Verso suelto

Promesas

Cuando se puedan dar abrazos, habrá quien eche de menos la época en que no se veían apurar noches

Vacunación en un centro de salud Valerio Merino
Luis Miranda

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En la escena de aquel muchacho que prometía un paraíso de afecto y pasión a la novia de la que la separaba una reja o la distancia de un balcón a la calle siempre me pregunté por la siguiente viñeta. El chaval podía seducir con un futuro de noches sin dormir y de amor eterno porque las buenas costumbres no le dejaban cumplir hasta que no hubiera pasado por el altar, y para eso hacía falta algo más que firmar unos cuantos papeles. En la primera noche con la alianza puesta era fácil estar a la altura de las palabras, pero habría que ver cuando el tiempo limase la novedad hasta dejarla roma como un hábito.

«A los quince días de la boda, los hombres dejan la cama por la mesa, y luego la mesa por la taberna», dice la deslenguada Poncia en ‘ La casa de Bernarda Alba ’ ante aquellas mujeres que no ven al varón y que por lo tanto lo imaginan lleno de dones y a la vez terrible.

Córdoba y España no son Israel ni Estados Unidos y sus habitantes todavía tendrán que llevar mascarilla mucho tiempo, pero las vacunas van acercando el momento en que la vida recupere el pulso y entonces habrá que hacer aquello que tanto se echó de menos en este tiempo de encierros y toque de queda. Los que echaron de menos no moverse en la bulla soberana de una procesión tendrán que vencer a la pereza de ver las procesiones por la tele y los que se acordaban de cómo se saltaba en los conciertos tendrán que hacerse una lista por la que es mejor la música en directo que la que se pone en un buen aparato en casa, entre amigos y con un copazo que no esté aguado ni se sirva en vaso de plástico.

Los que hayan suspirado al ver El Arenal desierto y la portada como el fósil de un monstruo que apenas pudo nacer sabrán que tienen que ir a comer el incomparable salmorejo de la Feria y los que se acordaron de los Patios el año pasado disfrutarán la ocasión de saber cómo eran las esperas hasta que por fin se podía pasar el umbral.

Cuando por fin se puedan dar abrazos sin que nadie llame a nadie imprudente habrá algunos que echen de menos la época en que no veían cómo los demás apuraban las noches entre risas que no terminaban y ellos buscaban su casa con la sensación de que ya no era su tiempo o de que nunca lo había sido.

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