La graílla
Las postrimerías del consumo
Al acabar la Navidad quedarán abrazos y charlas que no serán calaveras ni menús de gusanos
Casi coinciden en el tiempo la apertura de la exposición en Sevilla del cuarto centenario del nacimiento de Juan de Valdés Leal y el puente de la Inmaculada que llena las casas rurales, quizá algunas ciudades de interior y desde luego los centros comerciales. Valdés Leal es movimiento, color y expresión, barroco pleno en obras que se dicen teatrales, pero que también son narrativas. Muchos cordobeses pensamos en el ángel que lleva el pan al profeta Elías, ahora en esa muestra, y en todo el retablo del Carmen cuando evocamos a Valdés Leal y sabemos que no es ni morboso ni necrófilo, como lo caricaturizaron quienes nunca lo vieron más llá del Hospital de la Caridad.
Pero aunque haya que quitarle los sambenitos perezosos, Valdés Leal también es el pintor de esas esas ‘Postrimerías’ , que nacieron de la mentalidad de su época y de la voluntad de Miguel de Mañara de advertir de la fugacidad de la vida y de la certeza de que la guadaña puede segar lo más joven y bello, y que todavía cuentan a las gentes de hoy una lección fresca y cercana aunque brote de los gusanos, la carne podrida y las glorias del mundo sepultadas.
Serán muchos los que se detengan a mirar Guadalquivir abajo o en los reportajes que miren por una vez a la exótica Andalucía el lienzo en que una calavera duerme en el sepulcro rodeada de báculos, capas y dignidades por las que tantos intrigaban. Serán bastantes más quienes acudan a los escaparates y paseen en busca de regalos que sus beneficiarios no necesitan, pero en esencia estarán delante de lo mismo. En el cuadro permanecen los residuos de una gloria que se marchó, como dice la obra compañera, ‘in ictu oculi’, en un parpadeo; en las escaleras mecánicas de los centros comerciales están los brotes de la misma ortiga amarga.
Los paquetes rechazados y los que se cambian en enero, también los que decepcionaron al beneficiario que tendrá que tirar de ahorros para hacerse con lo que necesita, los excesos de buena comida que dejan el sabor ácido de un atracón y por lo tanto jamás una digestión grata, la resaca de la copa que no tuvo que pasar de la segunda y el aborrecimiento del turrón que al principio tenía el sabor natural de la miel del cariño y terminó empalagando como un aceite de palma que llevase semillas del mal.
Las ‘Postrimerías’ no son una obra luterana y pesimista que confíe la salvación al don de la fe ante la impotencia del hombre para hacer el bien, sino un producto del fértil catolicismo de Trento, y por lo tanto su mensaje es de esperanza en el perdón y la redención. Cuando termine la Navidad, Cruz Conde quede apagada como una discoteca al sonar la hora y por Gondomar ya no haya estrellas de luces, deberán quedar en la memoria los abrazos de los amigos a los que no se ve todo lo que se quiere, la conversación pausada con la familia y muchos recuerdos que no se harán calaveras ni serán el menú de los gusanos.
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