La graílla
Médicos de familia retirada
Dónde se ha visto que un Estado laico pague por un concepto tan cristiano
Los mayores panegiristas de la sanidad pública tienen seguro médico, cuentan sus dolores a profesionales que no miran el reloj cuando los reciben y pasan la convalecencia de las pequeñas operaciones y de las cesáreas en el espacio diáfano de la habitación de un hospital privado. Antes podía ser una sospecha, algo así como la intuición de que tanta alabanza sonrojante no era más que un falso «disfruta lo que yo te diga, pero no pidas que yo me conforme con eso». Cuando esta semana la Junta de Andalucía presentó el plan para que la atención primaria despierte de la catatonia a la que ha llegado entre la gripe, la tentación de diagnosticar por teléfono hasta las manchas de la piel y la epidemia de PCR’s, alguien se atrevió a hablar de médicos de familia y no hubo un escándalo que desenroscara las persianas e hiciera temblar los cristales de los áticos.
Tal vez es que el sintagma les pasara desapercibido en algún texto en que se repitiera muchas más veces atención primaria o facultativo de cabecera , pero este concepto reaccionario bien habría merecido un reproche agrio y un dardo emponzoñado de los que proclamaron la disolución de los sexos tradicionales y el derecho constitucional a levantarse hombre lesbiano o mujer sin impulsos sexuales según sople el levante o venga sacudiendo los toldos el aire solano. Dónde se ha visto que un estado laico tenga que pagar con fondos públicos a los que se dedican a una cosa tradicional y en el fondo cristiana. A ver si Aguirre contra una asesoría, y ellos conocerán a algunas, que limpie el lenguaje de la Administración sanitaria para no ofender los prejuicios de quien madruga sin desayunar para una analítica.
Será que han ido poco y no están acostumbrados a la espera de los centros de salud o será que esta medicina que hoy queda en los centros de salud es cada vez menos de familia, o es cada vez más de lo que hoy ha quedado como familia. De aquellos doctores que no necesitaban mirar la ficha para saber el nombre y el historial del que tenían delante y que hasta tenían en cuenta los antecedentes familiares para verlos antes de que aparecieran en las siguientes generaciones, se pasó a estos que si son familia es displicente y retirada. Excepciones habrá, y no siempre será culpa suya, sino de una Administración que ya desde los tiempos de los que ahora están todavía en primero de oposición autonómica les sogrecargó las salas de espera y los tentó con incentivos si no mandaban a nadie al especialista a sus pacientes ni aunque llegaran con dos manos izquierdas. En el tiempo en que el diagnóstico se hace mandando una fotografía el médico empieza a ser, sálvase que el pueda, como aquel pariente distante que está deseando de acabar la comida de Navidad y cuando escucha la charla reiterativa del «tenemos que vernos más», se mira la hora, se pone en pie y zanja como el que pide al próximo paciente: «Ya te llamo yo si eso» .
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