La graílla

El lujo de la achicoria

Al ciudadano se le pone el reto de bajar a comprar lo que la tele dice que es imprescindible

Estantería de un supermercado con el lineal del aceite de girasol vacío EP
Luis Miranda

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Para conseguir que las personas de carne y hueso , las que existen y caminan por las calles grabando audios donde al menos no se les notan las faltas de ortografía, hagan lo que quiere alguien con poder , no hay más que saber tocar las teclas del consumo . Unos cuantos programas de televisión de gente hipnotizando fijamente a la cámara y unos cuantos mensajes de los Gobiernos han conseguido en los últimos años, y sobre todo desde diciembre para acá, que millones de personas compren cosas necesarias en cantidades demenciales , que hagan colas para adquirir productos con muchas posibilidades de darles un diagnóstico falso y, por último, que se lleven a casa cajas y cajas de productos que rara vez utilizan.

Si es un comportamiento inducido no es por el simple mensaje y por el prestigio de que lo digan en la tele. La DGT lleva toda la vida haciendo anuncios , casi siempre de los que cortan el cuerpo , sobre la velocidad, los riesgos de sentarse al volante después de haber bebido y algo tan inocuo como ponerse el cinturón de seguridad. De ahí ha conseguido gráficas de descenso, pero todavía queda gente que piensa que está viendo una película que no tendrá que ver con ellos.

Ahora es distinto porque al ciudadano se le pone el reto de bajar a comprar lo que la televisión le dice que será necesario , que es bueno y que puede agotarse. Pasó con aquella chanza del papel higiénico a principios de la pandemia que no sirvió más que para sustentar unos cuantos memes divertidos, pero sobre todo con los tests de antígenos , que tantos pusieron en la carta a Papá Noel. No se presumía tanto de hacerse la prueba del palito que llega hasta el bulbo raquídeo como de haberlo comprado luego de haber buscado por toda Córdoba una farmacia en que lo tuvieran en épocas de escasez. «Y eso por un primo mío que es mancebo y me guardó uno de los que le trajo la cooperativa. Me costó la mitad de lo que estaban pagando los que estaban en listas de espera», diría alguno contando que pudo sentarse tranquilo a la cena de Nochebuena.

Lo último ha sido como si en Brasil y Colombia la gente se pusiera a comprar achicoria y dejase en las tiendas de barrio las bolsas de café del bueno con su aroma inigualable . El mecanismo mental no está en que alguien piense que es necesario tener aceite de girasol en casa , sino en el prurito de pobre venido a más, que tanto arraigó en esta sociedad española, de que uno es capaz de pagárselo y cargarlo al por mayor del supermercado. El aceite de girasol, la achicoria y los tests de antígenos que luego había que reconfirmar o desmentir son así lujos al alcance del que saca el monedero y se los lleva a su casa para contar orgulloso que los tiene por lo que pueda pasar después de lo que han dicho en la tele. Todavía será capaz de llamar a su cuñado el de la almazara, preguntarle por la botellita de aceite de oliva virgen extra con que aliña las ensaladas y riega los molletes calientes y quejarse de que es caro porque no lo recomiendan en la tele.

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