La Graílla
Incienso y carbón
Lo que arde estos días en las tiendas no es un simulacro, sino algo que está hecho de la misma materia que los recuerdos
El incienso que estos días han quemado en las tiendas del Centro o hasta en las casas que tienen las ventanas abiertas a la claridad de la primavera parece oler algunos días con más pureza que el que llevan los acólitos delante de los pasos. Una cofradía en la calles es un ser frágil que tiene que caminar a la vez que cuidar y que debe rehacerse a cada minuto.
El incienso, el perfume de Dios, no deja de ser ante todo física y química , una fórmula magistral que a ratos embriaga y a ratos también se desequilibra y pesa más el carbón imprescindible para que arda y se eleve al cielo. O eso o que ante lo que se ve y lo que se escucha el alma tiene asumido el olor y no lo percibe, porque es tan fino y espiritual que siempre queda como un paisaje que no se ve pero que no puede faltar.
En estas vísperas que esta vez sí traían la certeza de un gozo que no ha fallado, el incienso de estas tiendas del Centro es puro como el recuerdo que se quedará después de estos días. Conforme llega la primera tarde de la Pascua y los músculos de las piernas se desacostumbran de andar y esperar, lo que queda en la cabeza es tan exquisito como ese incienso que no se quema ante el altar, porque no es ofrenda ni sacrificio, sino sobre todo recuerdo.
Lo que arde en los pebeteros que esos días quieren evocar la Semana Santa latente no es simulacro ni relato sentimental , sino algo hecho del mismo material que los recuerdos que están a punto de cerrarse con su selección natural de lo que permanece y de lo que se olvida.
La cabeza archivará el carbón y el normal desequilibrio de los incensarios igual que los cortes en las filas de nazarenos y de los costaleros invadiendo con los brazos abiertos los cortejos de las cofradías a las que sirven. La Semana Santa es siempre un paseo por una ciudad hermosa con churretes , un encuentro con la belleza en que siempre hay pegotones de vulgaridad y falta de gusto, una sinfonía en que de vez en cuando fallan instrumentos, y casi siempre los mismos.
El que quiere amargarse y marcharse a su casa con la queja de que no se aprende puede y debe hacerlo, pero el que permanece sabe que después de un error de vez en cuando hay aciertos, que en la tufarada de carbón muchas veces se cuela el aroma puro de un incienso como sólo puede serlo cuando el pan pasa a ser cuerpo de Cristo .
Al despertar del día siguiente, cuando la cabeza ha dejado de darle vueltas a lo que no gusta y ha empezado a archivar lo que sí valió la pena, el que pasó la tarde y la noche en la calle llevará al cesto de la ropa sucia lo que llevó el día anterior y al acercárselo a la cara notará que no quedan rastos de carbón ni de fuego, como si hubiera estado de perol, sino de un incienso que se hizo puro conforme lo que fue presencia, emoción y belleza, aunque no fuese siempre perfecto, se transformó en recuerdo que tendrá que alimentar durante un año entero.
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