La Graílla

Flamenco en canapés

Actuación en la Noche Blanca del Flamenco de Córdoba J. A. Jiménez
Luis Miranda

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Cuando se presentó la primera edición de la Noche Blanca del Flamenco hubo lo que se llama un cóctel a base de canapés que sació los estómagos de por lo menos cien personas. Zapatero acababa de ganar las elecciones por segunda vez, si venían nubarrones de crisis nadie quería mirar al oeste del que llegan los aguaceros, y los truenos lejanos que barruntaban tormenta se escuchaban menos que el taconeo en alguna plaza de Córdoba.

Rosa Aguilar empezaba a ver muy cerca al PP en el retrovisor , pero intuía que tendría paz social mientras redistribuyera la riqueza a base de regalar al pueblo cosas que parecían no costarle. Los periodistas que cubríamos aquellas presentaciones a la una de la tarde sabíamos que no era mal plan esperar junto a los guitarristas, peñistas y bailaoras y llenar el estómago con joyas culinarias de pequeño formato. Los que no tuvieran alergias no tenían ni que preguntar a los camareros y los que cuando pagan no gustan de experimentos encontraban estupenda la combinación de queso roquefort y uvas.

Mis favoritos de aquel tiempo en que la presentación de la Noche Blanca, el Festival de la Guitarra o el Concurso Nacional de Arte Flamenco garantizaban un pequeño banquete por la patilla eran los dátiles con bacon y sobre todo los caramelos de morcilla . Al final, cuando la copa de Pedro Ximénez y el dulce cerraban el estómago a lo grande, ni siquiera quedaba el mal sabor de boca de que la pequeña fiesta apenas la disfrutasen cien de los muchos cordobeses que pagaban impuestos para que el restaurante cobrase la justa factura por su trabajo.

La crisis mordió con saña y se llevó aquellas presentaciones, pero la Noche Blanca tomó su modelo y sigue como un surtido de canapés que no habrá que pagar, o por lo menos no en aquel momento, ni tampoco se consumirán fuera de su larga madrugada original. Igual que hay quien no se acerca a la mazamorra en su vida y en un cóctel repite tres veces, cuando empieza el primer concierto se va para coger sitio en la actuación de una bailaora cuyo nombre olvidará a partir de la tercera copa de ron.

Tiene en el bullicio algo de la alegría radiante del Domingo de Ramos en que tantos salen a ver qué se encuentran aunque tengan que preguntar qué están viendo incluso a los nazarenos , pero también un poco de la sesión continua de la calle Cardenal González en que muchos plantan las sillas portátiles porque saben que por allí pasan casi todos los pasos sin importar casi las advocaciones.

Hoy aquel regalo que Rosa Aguilar y Rosa Candelario hicieron con el mismo dinero de los beneficiarios es un clásico sobre todo para quienes se jactan de no querer más contacto con el arte jondo que esa noche, pero bien harán en mantener los escenarios altos y protegidos, no sea que alguien se piense que está con los canapés gratis o las cofradías de balde y suba a preguntar: «Maestro, ¿esto es soleá , petenera , bulería o qué?»

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