Verso suelto

Espejismo

Aquí están este año la Semana Santa del hospital y la del destierro, la del que ya no puede vivirla más que por televisión y la del que está encadenado al trabajo

Jesús Nazareno, en el Vía Crucis de la Agrupación de Cofradías en 2021 Valerio Merino
Luis Miranda

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Este año corremos sin llegar a la meta. El sol ha ido ganando oro cada tarde de febrero y de marzo, y por las celdas con que se organiza el tiempo han ido pasando la ceniza y su llamada a recogerse, la silueta de Jesús Nazareno en el Arco de Bendiciones con el trampantojo de que rozaba las hojas de los naranjos , los Cristos en peanas y entre flores pero acordonados para evitar los besos. Estaba el Señor del Santo Sepulcro en su urna vieja, la Trinidad brillaba en cera tiniebla y el altar del Cristo de la Buena Muerte era como el palio multiplicado cuando atraviesa la colegiata oscura y vacía buscando la calle.

Pasó el día de buscar los ojos del Rescatado y el momento en que el Cristo del Remedio de Ánimas alivia con dulzura lo que nunca fue terrible, pero nadie vio un capirote de cartón señalando con la punta al cielo por las aceras de la calle Alfonso XIII, y en las noches no hubo ensayos de costaleros ni convivencia hasta las tantas montando altares o limpiando candelerías.

Llegó el septenario de la Virgen de los Dolores , el día en que parece que ha empezado la última espera de todas las esperas, y salieron los azahares que este año echarán otra vez de menos caer sobre las cabezas bien peinadas y sobre las túnicas de los nazarenos. Estos días de beberse la vida y llenarse los pulmones de un aire que nunca es igual serán de cerrar los ojos todo el día y abrirlos sólo al entrar a una iglesia. Habrá oraciones, pero quedará un aire mucho más triste que el de cualquier año de lluvia si a la salida espera un atardecer que no quiera hacerse noche.

Aquí están este año la Semana Santa del hospital y la del destierro , la de quien ya no puede vivirla más que delante de la televisión y la de aquel que por algún turno desagradable se queda encadenando guardias o amarrado a la cadena de una fábrica. Quizá haya ríos de gente en busca de las imágenes o tal vez estén solas como tantas veces en los besapiés, pero no puedo imaginar en quien haya pateado calles viejas y nuevas y haya esperado en colas la sensación de felicidad que deja el dolor de huesos en los días de procesiones. Los ojos se podrán cerrar, pero no habrá quien proteja a la piel de lo que antes era un presentimiento y este año volverá a quedarse en espejismo .

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