La Graílla

La Cuesta del Espino

El nuevo tramo llega después de demasiados muertos, pero perderá algo de poesía el camino a Sevilla o al Atlántico

Autovía A-4, con la Cuesta del Espino y el toro de Osborne al fondo Madero Cubero
Luis Miranda

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Antes de subir la Cuesta del Espino , cuando volvía desde Córdoba a Fernán Núñez , mi padre se bajaba de aquel 600 que se compró con sus primeros salarios de maestro y en el dispensario de la Cruz Roja que había justo abajo esperaba a que el motor se enfríase. Luego empezaba a remontar sin prisa las rampas tremendas y siempre cuidando de que la aguja, aunque hubiera tenido la precaución de detenerse antes, no llegase a lo rojo y hubiese una avería.

La Cuesta del Espino tenía entonces dos carriles , uno por cada sentido, y los autobuses y camiones subían en segunda o tercera marcha antes de tocar la cumbre donde estaba la gasolinera o buscar la carretera de Málaga y sus curvas y cambios de rasante entre tierras fértiles.

Conoció tiempos peores, porque la tradición oral decía que en aquella montaña poblada de encinas y jaras hubo una cueva con bandoleros que asaltaban a los viajeros. En los años 50 la carretera iba pegada a la ladera y los conductores tenían al lado un abismo que llenaron con tierra.

Mi padre cambió luego el 600, que era por lo menos de cuarta mano, y se compró un Seat 127 verde y luego un Ritmo que subían y bajaban sin que él tuviera que temer por los tres hijos que iban en el asiento de atrás. A la ida, por aquellas tres curvas criminales que imponían respeto en los días buenos y pánico cuando llovía se empezaba a abrir el mundo de la ciudad en la que todo eran luces, semáforos y ascensores.

A la vuelta, cuando la radio contaba la actualidad en los últimos boletines de la tarde o los partidos de la vieja Copa de Europa en campos remotos, por la pendiente arriba estaba cerca ya el abrigo de casa. Cuando mi padre estrenó el Opel Astra la Cuesta del Espino no era el mejor tramo de autovía de Europa, pero sí tenía la tranquilidad del desdoble, y cuando se pasó al Seat Toledo ya la dejó atrás para viajar por el pulcro trazado de la A-45.

La noticia de que el Gobierno sigue avanzando para crear un n uevo tramo de autovía que jubile la 'Cuestalespino' es excelente, aunque los 476 millones que costará corten el hipo y haya que temer retrasos y parones por la burocracia o las prioridades políticas.

Llegará después de demasiados accidentes y muertos , pero tengo que confesar que, igual que al pasar Despeñaperros miro de reojo la carretera serpeteante y recuerdo los viajes entre pinos, perderá un poco de poesía el camino a Sevilla o al Atlántico.

Cuando alguien corte la cinta del nuevo tramo con unas ínfulas como si el pastón lo hubiera puesto de su bolsillo, se desmontarán los carriles y aquel paraje será ya un sitio inaccesible al que apenas se podrá acercar nadie. Una montaña que se ha ganado el título de venerable por ver latir la vida de quienes la cruzaban tendría que conservar el toro que admiraba a los niños que pasaban cuando todavía tenía las letras rojas de Osborne , y hasta un mirador en El Álamo para preguntarle desde lejos si es verdad que recuerda todas las historias de sus viajeros.

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