Verso suelto
Las cuerdas rotas
Los alcaldes hablaban del Festival de la Guitarra como si la gente llenase todos los conciertos
No es fácil decir que el emperador está desnudo. Seguro que todo el mundo conoce a una persona a la que sus amigos llaman franca y los demás borde, que dice lo que piensa sin pensar en si es oportuno. O sin saber si es cierto, ya puestos a abrir la boca y a pinchar el globo del trabajo o de la ilusión de quien escucha cómo le pintan la cara. En la fábula clásica el único que no ve el traje fastuoso es un niño inocente, porque casi todos los adultos saben que la opinión necesita tanta libertad para pronunciarse como redaños para asumir las consecuencias de lo que se dice. En la vida real los emperadores no están desnudos, sino a medio vestir o con trajes de gusto dudoso, y al ponerse de frente a ciertos vientos unánimes se gana poco y puede uno acabar estampado contra la tapia áspera de los gruñones o de los ignorantes.
Otras veces alguien abre la boca, dice lo que piensa y enseguida el que tenía miedo de hablar por la prudencia de no tener todos los datos o por miedo a ser injusto empieza a asentir con la cabeza. Los alcaldes han hablado siempre del Festival de la Guitarra como si Córdoba fuese en esos días de julio la capital de la música, sus ciudadanos llenasen todos los conciertos y la ciudad respirase de verdad por las seis cuerdas, pero el actual habló el otro día como si estuviera en la oposición . La cifra media de asistentes es de 22.000 y está a la baja, lo que para José María Bellido es un balance «muy mejorable»; la repercusión fuera de Córdoba «nos duela más o menos duela menos» es escasa y los festivales de otros lugares, todos ellos más jóvenes, le han comido el terreno y han conseguido más en este tiempo. ¿Dónde se ha visto que un político diga que una cosa que está bajo su responsabilidad tiene margen de mejora y mire los datos con conciencia crítica?
Lo que el alcalde ha dicho es lo que alguna vez hemos pensado y no hemos querido decir más que en la barra del bar los que pasamos todos los veranos hablando del Festival de la Guitarra. Su plan para sacar a concurso público siete grandes conciertos y que una empresa los gestione es además de adecuado la única salida: el Instituto Municipal de Artes Escénicas tiene que atender al Gran Teatro , al Góngora y a la Axerquía con los mismos trabajadores que cuando no estaba abierto más que el primero, y los defensores de lo público inamovible no han hecho mucho por conseguir más manos que ayuden. Las empresas saldrán al mercado y buscarán lo que mejor encaje y lo que pueda traer espectadores, y además se encargarán de la promoción, que en los años rosistas se despachaba con una rueda de prensa en Madrid a la que íbamos los periodistas de Córdoba.
De este ducha de agua fría que Bellido le dio al Festival de la Guitarra, y que ahora tantos jaleamos incluso negándole la toalla, también puede salir alguna reflexión para cambiar las cuerdas rotas por unas nuevas. El hueso duro del Festival de la Guitarra lo forman dos ciclos que se cruzan, uno de cursos y otro de conciertos con clásicos como Barrueco y Russell , algunos flamencos y estupendos jazz y blues, desde el infalible Metheny a muchos maestros americanos. El público es fiel pero a veces minoritario y los llenazos son primos lejanos de la coherencia. Ahora habrá que decidir si además se prueba otra vez con el indie, con Dylan o con Carlinhos Brown , con Antonio Canales haciendo de Bernarda Alba o con Serrat y Sabina . Al fin y al cabo guitarras traerán todos.
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