La Graílla

Copas de menos

En la Feria de Córdoba hay casetas bonitas y gente que se esfuerza en la tradición, pero abunda demasiado lo feo

Interior de una caseta de la Feria de Córdoba especializada en comidas Valerio Merino
Luis Miranda

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Igual que a ciertas horas de la noche acabar solo o acompañado es una cuestión que se mide en gramos de alcohol por litro de sangre, también el querer o no querer a la Feria de Córdoba , o a bastantes de sus casetas, depende de lo que se haya trasegado. «No hay gente fea, sino copas de menos», dice el clásico de esos y esas jóvenes en pleno subidón de hormonas que al salir se ayudan del ron y el whisky para rebajar las expectativas de la belleza conforme avanza el minutero y siguen solos.

En la Feria de Nuestra Señora de la Salud, como en la vida misma, hay cosas bonitas , pero abunda mucho más lo feo; lo que sucede es que en el Arenal lo poco agraciado suele serlo con avaricia y sin ningunas ganas de mejorarse. Fuera de la fiesta, todas las semanas del año, quien no tuvo el regalo de la naturaleza de una cara espectacular y un cuerpo de vértigo lo puede compensar con esas gracias y dones que, como dijo Benedetti , producen algo mejor que la belleza.

Hay lugares hermosos y cuidados, sobre todo desde que Casetas Tradicionales trabajó para poner el foco en su sitio y desafió al pensamiento único del rosismo de aquella Feria descuidada y tan abierta que empezaba a entrar cualquier cosa. Quedan todavía ciertas casetas familiares , como las de algunas hermandades, que se esfuerzan al menos para mantenerse en una tradición popular de almuerzos colectivos y refugio para quienes llegan desde fuera en busca de un lugar en que comer y tomar algo sin por eso faltar a la estética y a la tradición de algo distinto.

El resto de la Feria, y todavía el concepto de gastar dinero público en algo muy parecido a lo que se ve todo el año en cualquier lugar, sólo se aguanta cuando el rebujito o la cerveza lo han hecho tolerable. Quien toma agua encontrará insalubres las patas de jamón colgando junto al albero en macrocasetas con la reja a la vista; el que haya bebido bastante, incluso se pedirá una tapita para llenar el estómago y no marearse.

El que se dé cuenta de que el Arenal está lleno de huecos que en otro tiempo estuvieron ocupados y que eso puede hablar de un creciente fracaso, al final de la tarde o de la noche pensará que es minimalismo o decrecimiento para dejar respirar. Los que digan que las casetas son demasiado grandes y tienen que ser feas para ser rentables terminarán por creer que así cabe más peña.

Como todas las borracheras, la de esta fiesta tiene resaca , sólo que en vez de prometer no volver a beber de esa manera, la semana que viene habrá que debatir del modelo de Feria y de que hay que hacer cambios. Ya salieron ideas bastante sensatas de una comisión que propuso cierres totales y estructuras permanentes , pero lo más normal ha sido hasta ahora dejarla como está, igual que quien hace propósito de enmienda con el mareo vuelve a las copas y el vino a la semana siguiente. El ciclo puede ser largo, pero cualquier año el vacío de casetas y la falta de seguridad lanzarán la alerta como al cuerpo se la da el hígado.

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