La graílla
Cafés con don Manuel Nieto Cumplido
Quedan sus libros, pero habrá que pedir para que no se lleve nada que no haya dejado escrito
POCAS cosas se pagaban más a gusto que los cafés con Nieto Cumplido para conversar de la historia de Córdoba o de algún secreto de la Mezquita-Catedral que él había visto antes que nadie. Los que a partir de ahora quieran saber buscarán sus libros, que no deberían perderse de las librerías ni de las bibliotecas, pero los periodistas, y seguramente muchos más de los que escriben, teníamos siempre a mano el comodín de la llamada.
«Don Manuel, que queríamos hablar de la convivencia de las tres culturas. Don Manuel, una entrevista para recordar cómo se consiguieron las declaraciones de Patrimonio Mundial ». Y don Manuel ponía un café por medio, charlaba sin necesidad de papeles y contaba las cosas como si hubiese entrado a Córdoba con San Fernando.
Al terminar la charla, en la que a veces dejaba caer algún comentario fino y cortante como una hoja de afeitar, Nieto Cumplido se dejaba invitar con gentileza y el que lo había llamado se marchaba con material para escribir y sobre todo con mucho aprendido que luego apenas costaría guardar para siempre.
Tenía una rara virtud que sólo se da en los mejores profesores: después de escucharlo apenas había que volver a la grabación o a las notas, porque todo había quedado tan límpido como una deducción impecable y no había más que mirar un poco los apuntes para ponerlo tal y como él lo había dicho.
Más de una vez, cuando se le ponía la grabadora para resumir una conferencia que acaba de pronunciar, venían a la cabeza frases de una vieja entrevista que a veces reexponía y otras veces enriquecía, porque tipos de su inquietud saben que lo que se aprende hay que revisarlo y mejorarlo antes que repetirlo como si el mundo y la investigación no cambiaran.
Si tantas veces había que hablar con don Manuel Nieto Cumplido era porque tenía la costumbre de decir cosas interesantes cada cierto tiempo y porque buscaba preguntas difíciles para responderlas. Su libro ‘La Mezquita de Córdoba, joya bizantina’ es uno de los mayores homenajes a eso que los cursis llaman mestizaje, y certificó que los omeyas construyeron el monumento tras aprender lo mejor de la arquitectura romana, como si después de todo Al Ándalus hubiese sido mucho más de la Bética que de La Meca.
Quedan sus libros, que habrá que tener cerca y con las páginas más importantes marcadas, pero a la hora de la oración fúnebre habrá que pedir para que no se lleve nada que no haya dejado escrito. Era de esa estirpe de gentes que había consagrado una gran parte de su vida a la pasión del conocimiento y que tenían necesidad de compartirlo.
De esos a los que se llamaba cuando era preciso el dato, el detalle, el porqué, la explicación honda. Todavía quedan sabios y sabias, a los que no cito porque quiero tenerlos todavía muchos años, listos para tomar un café, charlar y aprender tanto como cuando me sentaba con don Manuel Nieto Cumplido .