La Graílla
Besos en la frente
En la Córdoba del 25% de paro, los restaurantes de los que se presume son para que trabajen los demás
A los chavales gorditos o bajos nadie les iba a discutir que cuando se hablaba con ellos eran muy interesantes. La muchacha con la mejor sonrisa de la facultad sería capaz de estar charlando horas con su compañero, pero a la hora precisa de la noche en que la mejor manera de hablar no es con palabras se despidía con una palmadita y pensando que la conversación se queda un poco sosa si no va envuelta en un cuerpo Danone o en una camisa de marca en el bosillo. La chica con complejo de muñeca desconchada que retrató Sabina en ‘Besos en la frente’ conseguía que la indultaran de su condena a ser decente y se daba un alegrón con arañazos en la espalda ajena, pero como ella había muchas más de las que se decía que merecían ser felices pero con otro, si podía ser. A ver si se pensaba que por pasar apuntes y hasta explicar cómo había que hacer las integrales durante media ahora ya había que saludarla por la calle cuando uno iba abrazado a alguna mujer de tacones altos y risa de gatillo fácil.
Hace mucho que la realidad de su buen trabajo y la hipérbole de la publicidad subieron a la hostelería cordobesa a las alturas de alguno de los monumentos de la ciudad, fuera con recetas magistrales y platos de fundamento tradicional o con el brillo de estrellas y soles que aparecen en las guías turísticas, si es que con internet siguen existiendo. Ahora los restaurantes están buscando camareros y cocineros y tienen que formarlos muy deprisa para contar con gente capaz de dar la respuesta de calidad que ya forma parte de la identidad de Córdoba.
La economía tiende en ocasiones a la paradoja. En la Gran Depresión , el campo norteamericano producía alimentos en abundancia, pero quienes vivían en los pueblos y ciudades no tenían dinero para pagarlo, y en una Córdoba con el 25 por ciento del paro los buenos restaurantes de los que tanto presumen siempre son para que trabajen los demás. El que estudia aspira más bien a un puesto de funcionario con horas de teletrabajo y otras cuantas reguladas por la cita previa, y la cerveza bien tirada será la que le pongan por delante diez minutos antes de que empiece el puente. Los que encandenan horas de oficina precaria y atracones sin contrato quizá pensaron que podía haber futuro en los fogones o atendiendo mesas, pero se cansaron sólo de pensar en el mar de cabezas pidiendo que el flamenquín, el mismo que toman los domingos al mediodía, no tarde demasiado.
Como los chaveles poco agraciados sirven más que los cachas, los cocineros de mano fina y los camareros eficaces y atentos, esos a los que apenas hay que mirar para que lleguen con una sonrisa en la cara y los oídos abiertos, son más necesarios que los burócratas y los que cuentan las horas para estar en la calle. Puede parecer clasismo o pereza, pero es más bien el efecto de mirarse al espejo. Ni aunque ganaran el doble y tuvieran contratos blindados les compensaría echar horas sirviendo a gente como ellos.
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