La Graílla

Autoarbitraje

Igual que era penalti por la ley del más alto, un saco de patatas es arte porque lo dice quien sabe

Instalación de Rafael Pérez Evans en la Fundación Botí de Córdoba ABC
Luis Miranda

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Los amantes de las declaraciones pomposas andan entretenidos con pedir que la charla de las vecinas al fresco de las noches de verano sea Patrimonio de la Humanidad, como si reunirse, hablar y matar el rato no fuese ya común a todas las gentes de todas las culturas. Los chavales de mi pueblo no necesitábamos ni sillas ni abanicos. Nos bastaba con la graílla , el escaloncito de mármol que daba entrada al portal de las casas y que en su humildad pulida y lustrosa tenía algo de ventilador al aire libre. Desde la graílla se arreglaba el mundo y se pasaba el tiempo largo del verano; por allí pasaban los ociosos y los que trabajaban y allí llegaba el panadero con su claxon para que todo el mundo saliera a por las barras del día cuando no estaba de moda comerlas calientes. Esta graílla, como la de hace tantos años, sólo sirve para ver la vida por un lugar y a la altura incompleta de alguien sentado, para comentar sin jugarse nada más que la opinión y con poca más audiencia que aquel que pasa y escucha alguna frase suelta.

Sentado en esta graílla me he acordado estos días de algunos partidos que de niños echábamos en equipos que se improvisaban en descampados sin porterías ni limpieza, y donde los chavales como yo quedábamos los últimos en el reparto. Nadie iba a jugarse la nariz para ser árbitro , así que los penaltis o los fuera de banda se decidían por la ley del que más gritara, del más alto o del que más convencido estuviera de que le habían derribado sin tocar la pelota.

Las exposiciones que se hacen en ciertos lugares de Córdoba no tienen más remedio que hacerse por un autoarbitraje parecido al del tipo que contaba los once pasos con el balón en la mano sin escuchar las protestas. El fútbol profesional tiene reglas y desde hace poco también cámaras que afinan la mirada; una gran parte del arte de este tiempo no depende del mérito, la belleza ni la poesía, sino de una destilación teórica. Hay un comisario que tiene que aprobarla y conseguir que se libere dinero público y a partir de entonces todo es como en los goles fantasma de esos partidos remotos: es arte porque lo dice quien sabe, igual que había entrado porque el delantero y sus compañeros estaban seguros.

A la Fundación Botí , discípula aventajada del C3A en las propuestas transgresoras y en la respuesta del público, ha llevado Rafael Pérez Evans una instalación que consiste en tres sacos de patatas auténticas y varias flores. Quien lo fichó ya conocería su coche lleno de naranjas frescas y el día en que vació en el suelo un camión de zanahorias , que ya podía fijarse un poco el que esté redactando la ley contra el desperdicio alimentario , así que tanto el comisario como el autor autoarbitran como en esos partidos de reglas confusas sin VAR , linieres ni comité de apelación. Es arte porque lo dicen ellos y tampoco tendrán que ganar el túnel de vestuarios debajo de los escudos de la Policía. La poca guasa que levantan estas cosas siempre se solventará diciendo que los que los critican son fachas e ignorantes .

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