Verso suelto

Abrigo de castañas

Hasta las quemaduras en los dedos son gozosas porque al dolor sigue el premio del sabor a bosque y a fuego

Cacerola con castañas asadas Maya Balanya
Luis Miranda

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Se quedó Córdoba sin caracoles , pero no sin puestos de castañas . Aunque el coronavirus es mucho más cruel en otoño que en aquella falsa primavera de balcones llenos y persianas perpetuas, en este otoño en que las noches caen como naranjas de las manos torpes, la oscuridad se alivia con el resplandor cálido de los puestos de castañas. Antes que con la luz tenue alumbran con el olor del fruto asado y con la promesa del calor que se recibirá como un regalo en el cartucho de cartón ligero.

Los puestos de caracoles están a punto de morir de éxito en una sociedad incapaz de esperar a que los alimentos estén en sazón. Ya no son de la Semana Santa tardía ni de mayo, sino que quieren adelantar el buen tiempo a febrero, como si fuera normal sorber los moluscos en terrazas cerradas y entre calentadores de gas. Las castañas no se pueden congelar y hay que esperar al otoño para que despojen de su abrigo espinoso y estén listas para asarse. Los primeros fríos y las tardes de lluvia se remolonean, pero cuando llegan allí están las castañas, eternas en la receta de la cacerola corolada y sin tentaciones de prepararse a la carbonara o con salsa de kebab. Hasta las quemaduras en las yemas de los dedos son gozosas porque al dolor sigue el premio del sabor a bosque y a fuego , y dejan una calidez que durará en el cuerpo después de extinguirse del gaznate y del estómago.

Las castañas no tiran a la gente a la calle porque sirven sobre todo para llevar a casa cuando uno están a la intemperie. No se comen con la cháchara trivial de la tarde de primavera en que uno no quiere encerrarse ni se pueden adelantar, porque su abrigo interior no tendría sentido en septiembre.

Me cuesta no abusar y tomar un cartucho cada vez que paso cerca de uno al volver del trabajo. Al contacto con la piel rugosa parece que vuelven los otoños viejos en que los pocos problemas se solucionaban con un viernes de «1, 2, 3» y unas cuantas mantas de las que no habría prisa por escapar al día siguiente. Ahora hay que llevarlas a casa para olvidarse de que fuera quieren convencer de que la curva de contagios , muertos e ingresados es culpa de la parte infinitesimal que hacen una fiesta pirata o no se ponen la mascarilla .

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