PERDONEN LAS MOLESTIAS
Un lugar en el mundo
Monseñor Aguirre protege en su diócesis de Bangassou a dos mil musulmanes de la guerrilla anti balaka. Toda una lección de vida
Ahí tienen a monseñor Aguirre . Un obispo católico que da cobijo a 2.000 musulmanes para que no sean exterminados por una milicia de mayoría cristiana. Cuando el 13 de mayo del año pasado la guerrilla anti balaka asaltó a sangre y fuego Bangassou , este hombre de verbo claro y sandalias se jugó el tipo para salvar sus vidas. El prelado cordobés se interpuso entre la furia de las armas automáticas y aquel pelotón de cuerpos indefensos con el arrojo que solo un insensato se atreve a exhibir.
Desde entonces, los musulmanes se refugian en el seminario menor que dirige Juan José Aguirre para guarecerse de un asedio mortífero. Monseñor no pregunta qué religión profesan sus huéspedes ni qué dogma anima a sus perseguidores. Hace lo que le dicta su conciencia y el sentido innegociable de humanidad. Punto. Aún a riesgo de su propia integridad física. Un día un guerrillero anti balaka le puso el cañón de un fusil en la cabeza y lo acusó de traidor. Un cristiano no debe proteger a un musulmán, ni un musulmán a un cristiano, pareció reprocharle aquel joven imberbe armado hasta los dientes.
Pero monseñor Aguirre no voló hasta esta selva perdida en el mapa hace más de 35 años para clasificar ovejas ni pastorear ganado. Vino a curar enfermos , rescatar desahuciados y enseñar a los niños. Todo lo demás son categorías ajenas a su universo. Etiquetas de un mundo que no reconoce. «Hay muchas criaturas pobres, huérfanas y desnutridas. No las podemos abandonar», repite una y otra vez a quienes le ruegan que se dedique a las almas y se olvide de esta gente sentenciada a muerte.
La violencia y el hambre son el pan nuestro de cada día en este país incrustado en el infierno. La República Centroafricana se sumió en una espiral incontrolable tras el golpe de Estado perpetrado en 2013 por los seleka, la guerrilla islámica que representa a una minoría cifrada en el 15 por ciento de la población. Los cristianos suponen el 80 por ciento y los animistas constituyen el resto. Ese mismo año, los seleka saquearon Bangassou y causaron estragos entre la mayoría cristiana.
El ciclo interminable del odio sectario ha cambiado ahora de acera. Bangassou es hoy una demarcación amenazada por los cuatro costados. Por turbas de fanáticos, bandas de salteadores y facciones en busca de botín. Jóvenes sin piedad, extremadamente violentos y atiborrados de opiáceos, para quienes la vida es apenas un objeto de mercancía. Con este tipo de sujetos, se ha tenido que jugar los cuartos para frenar su cólera y defender a los suyos. «He visto cómo le abrían la cabeza a muchos y he recogido la masa encefálica de un muerto en medio de la calle. A otros les arrancan el corazón o les abren el cuerpo para sacarle las tripas», ha dicho a quien ha querido escucharle.
Los cascos azules custodian el seminario en medio de una situación explosiva. Tanto que las fuerzas de la ONU aconsejaron al obispo cordobés que abandonara la zona y se tome un respiro. Agotado y víctima del estrés, monseñor Aguirre busca en Europa apoyos para neutralizar un conflicto que camina a toda prisa hacia una carnicería humana. Un grupo de refugiados radicalizados, atrapados en la diócesis desde hace ya diez meses, se han rebelado contra sus propios protectores. «Nos han destrozado la catedral y nos han quemado motos, coches y almacenes», lamenta el prelado.
Aguirre no pierde la esperanza. Tarde o temprano regresará al ojo del huracán. Dispuesto a restañar heridas y recuperar escuelas. «Para que convivan niños musulmanes y no musulmanes», subraya el misionero comboniano. «Estudiando juntos se aprende a convivir». Desde luego que sí, monseñor.