ASÍ FUE CÓRDOBA 2020
Lola Pozuelo, la enfermera que perdió el miedo al virus en la UCI del Reina Sofía
Esta veterana, con más de 36 años en el hospital, ahora en una unidad Covid aseguro que es duro ver morir solo a alguien
El especial «Así fue Córdoba 2020», a golpe de clic
Lola ya no tiene miedo de contagiarse con el coronavirus. Lo tuvo en su día, como todos los profesionales sanitarios, cuando la crisis llegó de repente, de un día para otro. Fueron momentos en los que tuvieron que aprender incluso a ponerse el traje de protección y a seguir unos estrictos protocolos. «Esto es una forma de trabajar muy distinta, tanto física como psicológicamente. El primer día de la crisis fue muy complicado», recuerda Lola Pozuelo , enfermera que, con sus 36 años de experiencia (los últimos 14 en Medicina Interna , los especialistas de las UCI ), nunca había vivido nada igual.
A comienzos este año, esta mujer comenzó a oír «rumores» acerca de la conversión de su área en una unidad Covid, porque «había que aumentar camas». Tiene grabada la fecha en que se produjo la transformación: ocurrió el 23 de marzo . Ese día, en dos horas el equipo en el que trabaja desmanteló toda la planta y por la tarde «ya empezamos a trabajar con enfermos de Covid-19». Fueron momentos muy duros. Lola rememora que «nos pusimos el EPI como pudimos... ahí sí tenía un poco de miedo porque no sabíamos bien cómo protegernos». Tampoco había suficientes material para todo lo necesario (esa circunstancia ha cambiado para mejor con el paso del tiempo y ahora hay de todo, asegura).
Por suerte, aquél día «no se dio mal. Fue muy satisfactorio, aunque también fue un día muy duro», refiere. Nueve meses después, esta veterana profesional sólo ha parado de trabajar durante tres semanas , cuando hubo que cerrar la unidad para realizar una limpieza a fondo y llevar a cabo algunos arreglos en las instalaciones del Hospital Reina Sofía en las que trabaja. En el centro de referencia provincial en la lucha contra el virus llegó a haber hasta nueve unidades especializadas a la vez en lo peor de la primera ola. Después se fueron desmantelando poco a poco durante el verano hasta que, a la vuelta de las vacaciones, hubo que ir reactivándolas a medida que el segundo embate del coronavirus cobraba fuerza.
Un combate físico
La lucha de Lola ha sido, en primer lugar, física. No es fácil trabajar siguiendo unas estrictas normas que determinan incluso quién y cuándo puede estar en un determinado punto de una unidad Covid. Y además está el equipo de protección, necesario pero que dificulta enormemente cualquier movimiento y operación. Consta de un mono -que ahora es mucho más cómodo que los usados al principio de la crisis, algunos de ellos caseros y elaborados por costureras voluntarias-, tres pares de guantes, gafas y mascarilla. Con semejante equipo a cuestas durante horas en un espacio cerrado, Lola y los demás profesionales sanitarios terminan aspirando demasiado anhídrido carbónico, el mismo que exhalan al respirar. Y eso, asegura, «nos provoca dolor».
Otros compañeros, afirma la enfermera, han sufrido incluso la rotura de la piel de la nariz debido a las protecciones o dolores de cabeza. Con todo, lo peor de su trabajo en estos nueve meses de pandemia han sido los aspectos psicológicos. Ha tenido que tratar con pacientes que estaban completamente solos, sin posibilidad de contactar con sus familiares y allegados. Y eso deja huella, por mucha experiencia que uno tenga. «Psicológicamente esto es muy duro , porque estás trabajando con personas que están solas, que no tienen a su familia al lado. Se te muere la gente sola », se lamenta la enfermera del Reina Sofía. Es una de las condiciones impuestas por esta enfermedad desconocida hasta hace un año. Hay que aislar a los enfermos hospitalizados que bajo ninguna circunstancia puede recibir visitas. Ni siquiera cuando los profesionales que los atienden saben casi con certeza que un paciente va a morir. Tampoco tienen apenas contacto con sus pacientes, por los mismos motivos. Lola entra poco a las habitaciones de enfermos de Covid-19, cuyas puertas deben estar siempre cerradas para evitar que el virus se expanda; cuantas menos facilidades, mejor. Sólo las traspasa para realizar las operaciones diarias inevitables. Y en determinados casos, cuando los enfermeros ven que algún ingresado en planta se encuentra inestable , dejan las puertas abiertas para poder ver su evolución directamente. Pese a todo lo vivido, esta sanitaria se muestra optimista (no se ha contagiado de Covid-19) y concluye, con una sonrisa, que «todavía no me he arrepentido de trabajar como enfermera. Ya no creo que lo haga».